Manuel Sanguily nació en La Habana en 1848 y falleció en la misma ciudad en 1925. En 1868 interrumpió la carrera de Derecho que cursaba en la Universidad de la Habana para incorporarse al ejército independentista, donde llegó a obtener el grado de coronel. En 1878, terminada la guerra, partió al destierro y viajó por varios países europeos y por los Estados Unidos. En la Universidad Central de Madrid terminó los estudios de jurisprudencia accediendo al grado de Doctor en los derechos civil y canónico. Establecida la República fue electo delegado de la Asamblea que elaboró la Constitución de 1901, y ocupó importantes cargos, entre ellos el de Presidente del Senado. Publicó varios libros.
El Monumento a los estudiantes fusilados (palabras pronunciadas en el Círculo de la Juventud Liberal de Matanzas el 9 de abril de 1887).
Aquí la existencia es un esfuerzo continuo, una lucha persistente y fatigosa entre el hijo de la tierra y el forastero, entre el país cubano y el gobierno, cual si hubiese el empeño tenaz y premeditado de que seamos siempre menores, perpetuamente incapaces, cuando no miserables siervos, la perdutta gente, los parias de la América Latina.
Porque aquí ha faltado casi siempre lo más importante, lo único importante y necesario, los hombres, el pueblo cubano, uno, compacto y conciente de su derecho y de su fuerza; y por eso, y solamente por eso, habrá en la Isla muchas leyes, infinitas leyes, pero habrá también mandarines sin cuento; habrá algo que se llame la Constitución, pero habrá también algo que sea la arbitrariedad triunfante; habrá… esto, lo que es, lo que estamos viendo: un estado social horrible, la paz armada del gobierno y la guerra mansa de la población; las calles desempedradas y las almas decaídas; la miseria, la anarquía, la corrupción, el bandolerismo; la brutalidad arriba, la indignidad por todas partes; las plagas mosaicas, en otra forma, si queréis, mas consumiéndonos y aniquilándonos; situación odiosa, insostenible, realmente intolerable, en que los hombres que tengan la desgracia de pensar y de sentir por sí y por los otros vivirán atormentados en la amarga contemplación de este período tristísimo en que se acentúa el inconcebible dualismo de nuestra organización social: una población dividida en dos bandos hostiles bajo la torva mirada del hambre. El uno complaciéndose en dominar sobre las ruinas: el otro resignado a su anulación y su desastre.
Por tales motivos debiera ser la divisa de nuestro patriotismo aquella frase magnífica de nuestro sacerdote: elevar el corazón de nuestro pueblo a la altura de su derecho, levantar su espíritu hasta la clara conciencia de su significación y su personalidad.
De la serie Pensamientos Cubanos, de Enrique Collazo