por Antonio Ramos Zúñiga
¿Cuántas Cuba hay? La teoría de que Cuba está rajada en dos mitades, la isla y los exiliados, es la misma que aquella que habla de “dos orillas”. Lo cierto es que desde 1959 hay más de dos millones de cubanos desperdigados por el mundo, a quienes llaman gusanos, emigrantes, “quedados”, desterrados. Estos son los exiliados, esta es la otra Cuba. Estos son los que abandonaron por la fuerza o en busca de libertad la isla matriz, la cuna, la casa, la isla del Doctor Castro.
El gobierno de la Isla prefiere llamarle “comunidad cubana en el exterior”. Es la manera de aterciopelar la mácula del éxodo. Pero ningún malabarismo verbal puede escamotear una realidad de naufragios, exclusiones y lejanía. Pues irse de Cuba es un desencuentro anormal, doloso, trascendental, y filosóficamente inefable. El milenario hecho de emigrar aquí se vuelve escapatoria, traición, herejía. Lo peor que le puede pasar a un ser humano es quedarse sin patria. El drama es la prohibición de regresar, te dan el título de “apátrida”.
Tal vez sea políticamente incorrecto decir que los exiliados, convertidos en judíos errantes, si acaso vale el paralelismo, tomaron la decisión equivocada: dejar la madre tierra. ¿Es la condición de exiliado una visa liberadora o, por el contrario, la libertad solo es posible enfrentando al monstruo en su guarida? Desde fuera, Cuba se volvió sueño, y la libertad una espera interminable.
Pero la otra Cuba existe, con los remanentes de aquellos que escaparon desde 1959, y con los desertores de hoy, menos politizados pero víctimas a fin de cuentas. Hay cubanos en rincones inimaginables, hasta al pie de las pirámides de Egipto. Pero donde más cohabitan con el American Way of Life y la nostalgia es en Miami, la meca, llamada “capital del exilio”, donde el alcalde es un cubano nato. Aquí, en medio siglo, sin dejar de ser cubanos, se han convertido en una clase política poderosa, y de paso han fomentado la cultura “cuban-american”, y lo que es meritorio, han conservado mucho de la esencia ancestral isleña, la idiosincrasia.
Veamos lo diferenciador, el por qué se dice que “el son se fue de Cuba”. De la Isla no se ha ido nada salvo un montón de cubanos preservadores de lo mejor que allí tenían: valores familiares, cultura cosmopolita, modernidad, ganas de vivir y triunfar, etcétera. Desde luego, no faltan aquellos que traen lo malo: politiquería, machismo, chota, pocas luces y demás. La negación a dejarse disolver por el melting pot, el activismo político que tiene sus propios fastos históricos (Girón, Mariel, Hermanos al Rescate), la afición fanática al dominó, la rumba y el café con leche, la pasión por la Virgen de la Caridad del Cobre y José Martí, la añoranza de todo lo perdido que se transmuta en remedo, como refundar los negocios perdidos en la Isla con sus mismos nombres, el conservar el español y las buenas costumbres “de antes del 59” y transmitirlas a sus hijos, en otras palabras, la persistencia en mantener y reactualizar la Cuba abolida por Castro, configuran una identidad que sin llegar a ser sui generis, destaca con personalidad propia. No es que exista una cubanía miamense, porque la cubanidad es unívoca, pero son obvios algunos matices distintivos, como los hay entre los habaneros y santiagueros; lo nuevo pudiera ser que es una Cuba sin Cuba, emocional, una cubanía impregnada de un poco de inglés, pero que es funcional y legítima.
A esta “otra Cuba” a veces se le acusa de ser cavernícola y antidemocrática, pero es incierto. Aunque la industria anticastrista es dominante, proliferan los negocios castristas; y los procastristas, aunque minoritarios, se dejan sentir pública y libremente. Es curioso que el bastión del anticastrismo sea inclusivo y vivible, pero se explica porque Miami no ha copiado la intolerancia violenta existente en la Isla. Es extraño que los exiliados no reaccionen con revanchismo contra sus enemigos en Miami, ¿será que guardan en el subconsciente lo aprendido de aquella Constitución del 40, tan progresista?
La interacción sincrética norteamericana, cubana e isleña, esa amalgama de diferencias y afinidades, el acontecer irresuelto con sus esperanzas y espejismos que es discurso diario, la creencia de que realmente Miami es una “séptima provincia”, donde inverna el ave Fénix libertario, podría ser una de las claves de que el anticastrismo tenga vigencia como cultura política alternativa y como reverso de la identidad común. En esa identidad exiliada hay una historia de aportes impresionantes en distintas épocas.
Algunos escritores cubanoamericanos han señalado que Cuba, metamorfoseada por el tiempo y la ideología comunista, es una fantasía que sólo ata emocionalmente. No es el mismo pensamiento de los primeros exiliados que quieren rescatarla, ni de aquellos que siguen motivados con la idea de reinventarla. También se afirma que el exilio no es un país, por tanto no es otra Cuba. Alguien que no quiso polemizar dijo que Cuba ya no existía, que la otra Cuba es la que estaba por venir.
Nota: este artículo originalmente sirvió de referencia para una de las conferencias dictadas por el autor en la Universidad de Miami, bajo los auspicios de Cuban National Heritage y la Asociación de Educadores Cubano-americanos.