De entrada, reconozco el derecho de los 74 a convertirse en activistas a favor de los viajes de los norteamericanos a Cuba. Los 74 parecen suponer que los ciudadanos estadounidenses carecen de mecanismos de representación y cabildeo ante el Congreso de EE. UU. Y en consecuencia han decidido suplir esa carencia política con su activismo internacionalista desde Cuba y por carta. Pero otros tenemos igual derecho a sostener que el primer deber de un disidente cubano es para con su pueblo.
Aparte de su falta de pertinencia y su endeble argumentación, la carta de los 74 no es nada inocente. Fue un intento (consciente o no, me da igual) de provocar una fractura en la disidencia y el exilio; de forzar un anticlímax en un momento de rara unanimidad mundial en defensa de los DDHH en Cuba. Chaviano no lo puede ignorar, por más ingenuo que se nos pinte.
La reacción mundial contra las atrocidades del castrismo era algo que conturbaba a Raúl Castro y sus secuaces. Ergo, surgió la Carta de los 74 como para echar la última paletada de tierra en la tumba de Zapata Tamayo.
Anónimo aquí
