Cabe resaltar, volver una y otra vez sobre, los problemas que a nivel cultural dificultan que los cubanos podamos constituir algún día una nación moderna. Porque no se trata de buscar unanimidad sino unión, o puntos de coincidencia, en torno a proyectos de interés general. Por ejemplo, la libertad de Cuba constituye un proyecto de interés general, que a todos favorece y no tiene un color político determinado. Los judíos han permanecido unidos en torno a un proyecto común durante siglos (el proyecto de su supervivencia), y no por ello puede acusárseles de unánimes.

Al hablar de flexibilidad y modernidad, de combatir nuestros déficits culturales, apunto a alcanzar la capacidad de no atarnos “a conveniencias y artificios de determinados grupos”. De comprender que ciertos proyectos nos benefician a todos y están por encima del grupito y del alevoso. Indudablemente existen temas elementales alrededor de los cuales podemos hacer causa común. Por ejemplo, educarnos en la tolerancia entendida no como falta de crítica, sino como civilidad para compartir espacios con el diferente. Y no me refiero, cuando hablo de los intelectuales que deberían establecer una matriz de opinión, al poeta o al narrador, al pintor o al cineasta encerrados en su torre; eso está bien siempre que no se dediquen obsesivamente a dinamitar el trabajo de los otros (como ocurre con cierta frecuencia). Me refiero más bien a aquellos “intelectuales” inmersos en la ingeniería del desastre cubano que nunca rozan el meollo del problema, que entre otras cosas está directamente relacionado con nuestra incapacidad cultural para organizarnos en torno a un proyecto de interés general.
A mí también las dictaduras me importan mucho menos que la literatura. En realidad no me importan absolutamente, entendidas como objeto teórico o de atención. Lo que me importa, por ejemplo, es la familia, la libertad, los amigos, la propia literatura, etcétera, y muchas de estas cosas tienen aún, de una manera u otra, la bota de la dictadura castrista encima. He ahí el problema: a las dictaduras sí les importan nuestras familias, nuestros amigos, la literatura… No sé quién fue el que dijo más o menos esto (cito sin consultar): “El castigo del que no se mete en política es que la política siempre termina metiéndose con él”. Y no se trata de “meterse” en el sentido tradicional de hacer política, por supuesto, pero ignorar la política, específicamente la cubana, con 51 años acumulados de familias rehenes, públicos secuestrados, divisiones artificiales, etcétera, no parece realista.
No se trata de “añadirnos a la totalidad”, sino precisamente de burlar la totalidad, el pensamiento único que la gran mayoría de los cubanos pretende imponerle al prójimo. Se trata de aprender, paulatinamente, a convivir con la diferencia. Un primer paso en esta dirección se daría al comenzar a organizarnos en torno a intereses generales. Porque los hay, y muchos, tras más de medio siglo de dictadura.
Refrito de un comentario publicado en La Finca de Sosa