por José Luis Sito
La resistencia cubana ha producido una sucesión de accidentes, pero no de verdaderos acontecimientos. No ha logrado enfrentarse con efectividad a la dictadura, quedando enfrascada en la reacción sobre y con lo cotidiano, lo inmediato, lo fugaz. No ha podido entrar en el trabajo profundo, paciente y tenaz de lo organizado, lo pensado, lo elaborado para que dure y persista el trayecto que conduce al acontecer. Al acontecimiento, es decir, a una posibilidad abierta de transformación y no de modificación pasajera.
La dictadura cubana extenuó el tiempo, estableció ficticia y míticamente el comienzo de una historia mecánica, un tiempo sin fechas, una “sempiternidad” definitiva. En Cuba “Siempre es 26”. El régimen castrista impide toda novedad, toda creación, luego toda irrupción del acontecimiento. En este tiempo muerto, donde todo permanece igual, es indispensable que algo ocurra para que emerja algo nuevo. Es vital realizar una discontinuidad radical, una trasgresión que produzca una ruptura en el curso ordinario del tiempo. Se puede realizar ese acontecimiento, esa manifestación singular, ese cambio insigne. Un cambio significante y no una alteración insignificante, azarosa y fugaz.
El acontecimiento no es un accidente efímero, ni un milagro irracional. Es lo que se hace, lo que se efectúa. Es lo intempestivo según Nietzsche, la manifestación, la irrupción de un devenir al estado puro. Ese devenir hay que construirlo, hacerlo, efectuarlo, manifestarlo para romper el pobre silencio que rodea la Isla, con su fatalidad, inercia y sumisión.
Los resistentes cubanos no han producido acontecimientos, y los accidentes, sin poder llevarlos a su máximo de intensidad de resistencia, quedaron estancados en un presente osificado, incapaces de mover líneas, de desplazar el tiempo inmóvil del castrismo. Los accidentes sólo producen trastornos momentáneos, fracturas que rápidamente se consolidan, heridas que cicatrizan y muertes que se pierden en el olvido, volviendo pronto al mismo tiempo fijo, eterno presente castrificado.
El acontecimiento, por el contrario, revienta los instantes petrificados y su onda se extiende hasta segmentar el tiempo uniforme y homogéneo, creando nuevas parcelas de porvenir, de devenir. El acontecimiento funda el devenir. El accidente sólo turba momentáneamente el instante.
El accidente nos lleva siempre a la misma constatación: que todo esto no ha servido para nada.
La resistencia cubana ha producido una sucesión de accidentes, pero no de verdaderos acontecimientos. No ha logrado enfrentarse con efectividad a la dictadura, quedando enfrascada en la reacción sobre y con lo cotidiano, lo inmediato, lo fugaz. No ha podido entrar en el trabajo profundo, paciente y tenaz de lo organizado, lo pensado, lo elaborado para que dure y persista el trayecto que conduce al acontecer. Al acontecimiento, es decir, a una posibilidad abierta de transformación y no de modificación pasajera.
La dictadura cubana extenuó el tiempo, estableció ficticia y míticamente el comienzo de una historia mecánica, un tiempo sin fechas, una “sempiternidad” definitiva. En Cuba “Siempre es 26”. El régimen castrista impide toda novedad, toda creación, luego toda irrupción del acontecimiento. En este tiempo muerto, donde todo permanece igual, es indispensable que algo ocurra para que emerja algo nuevo. Es vital realizar una discontinuidad radical, una trasgresión que produzca una ruptura en el curso ordinario del tiempo. Se puede realizar ese acontecimiento, esa manifestación singular, ese cambio insigne. Un cambio significante y no una alteración insignificante, azarosa y fugaz.
El acontecimiento no es un accidente efímero, ni un milagro irracional. Es lo que se hace, lo que se efectúa. Es lo intempestivo según Nietzsche, la manifestación, la irrupción de un devenir al estado puro. Ese devenir hay que construirlo, hacerlo, efectuarlo, manifestarlo para romper el pobre silencio que rodea la Isla, con su fatalidad, inercia y sumisión.
Los resistentes cubanos no han producido acontecimientos, y los accidentes, sin poder llevarlos a su máximo de intensidad de resistencia, quedaron estancados en un presente osificado, incapaces de mover líneas, de desplazar el tiempo inmóvil del castrismo. Los accidentes sólo producen trastornos momentáneos, fracturas que rápidamente se consolidan, heridas que cicatrizan y muertes que se pierden en el olvido, volviendo pronto al mismo tiempo fijo, eterno presente castrificado.
El acontecimiento, por el contrario, revienta los instantes petrificados y su onda se extiende hasta segmentar el tiempo uniforme y homogéneo, creando nuevas parcelas de porvenir, de devenir. El acontecimiento funda el devenir. El accidente sólo turba momentáneamente el instante.
El accidente nos lleva siempre a la misma constatación: que todo esto no ha servido para nada.