por Armando Añel
Diego Armando Maradona fue un gran futbolista. El más grande de todos, consideran algunos, con perdón del inigualable Pelé. Pero un futbolista. Un futbolista, para utilizar el esquema sintáctico de moda por estos días en la blogosfera, es un futbolista es un futbolista es un futbolista. Y si acaso es algo más –un director técnico, pongamos por ejemplo— debe demostrarlo sobre el terreno. Maradona, cuyo manejo del balón nadie pone en duda, ha demostrado hasta la saciedad su incapacidad para manejarse a sí mismo. ¿Cómo iba a estar en condiciones de manejar todo un equipo?
Sin embargo, mientras las encuestas de los principales diarios argentinos le instan a abandonar la albiceleste --más del 70 por ciento de los encuestados prefiere que no siga dirigiéndola—, y tras su estruendoso fracaso en el Mundial recién clausurado, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Julio Grondona, y el propio Maradona, han vuelto a ponerse de acuerdo, alargando por cuatro años más el contrato del personaje. El amante de Chávez y Castro seguirá al frente (es un decir), aun cuando había declarado tras la eliminación sudafricana, en un arranque de objetividad que enseguida le quedaría grande, que abandonaba la selección. Claro que el despropósito tiene un fuerte matiz político, como apunta Juan Ignacio Pereyra en El Mundo: “el gobierno nacional quiere al entrenador en la Copa América que se realizará en Argentina en julio de 2011, una fecha próxima a las elecciones presidenciales de octubre”. Ese mismo gobierno que planificó y pagó el circo de un recibimiento multitudinario, tras la debacle mundialista.
Argentina es desde hace mucho tiempo un país bananero –con perdón de muchos buenos argentinos que conozco—, pero este último culebrón nacional, con los Kirchner tomándole el pelo a Maradona, Maradona tomándole el pelo a los argentinos, los Kirchner tomándole el pelo a los argentinos, los argentinos tomándose el pelo a sí mismos, le pone la tapa al pomo del mal gusto y la inoperancia, con la etiqueta “agítese antes de usar” decorando la frontal del vidrio. Rehén del síndrome Maradona, esto es, de la soberbia irresponsable, la corrupción y la chapucería, todo un país se echa en brazos de sus taras más recónditas. Es el rapto de Argentina. Argentina secuestrada por los argentinos. Por la prepotente terquedad de una nación incapaz de librarse de sus demonios.
Nota del autor: Las conversaciones previas, y las noticias alrededor, resultaron una falsa alarma. Aunque en principio la prensa diera por hecha la continuidad de Maradona al frente de la albiceleste, el desastre no se consumó. El payaso está afuera. Gana Argentina.