Es sumamente útil enseñar a los tímidos a hacer el ridículo, a reírse de sus pequeñas cosas: incongruencias, despistes, manías, costumbres personales, etcétera. En las situaciones apuradas o ridículas en las que todos nos veremos envueltos alguna vez, tendremos la ventaja de que no nos traumatizaremos, de que no nos dejarán huella, de que quedarán en la categoría de simples acontecimientos a archivar.
En los inevitables cambios de roles, de estudiante a trabajador, de hijo a padre, de activo a jubilado, de protagonista a comparsa, de sano a enfermo, etcétera, tendremos menos dificultades, seremos menos rígidos con nosotros mismos, lo cual no quiere decir que por ello seamos menos auto-exigentes. Nos costará menos superar las dificultades sexuales que encontremos en nuestra pareja o en nosotros mismos. Seremos más flexibles a la hora de innovar y de adaptarnos a nuevas parejas.
Finalmente, mejorará nuestra autoestima: veremos el lado menos agraciado de nuestra personalidad con indulgencia, con humor, con amor. En definitiva, la capacidad para reírnos de nosotros mismos indica que somos tolerantes con nuestras imperfecciones, autocríticos y capaces de revisar el pasado y construir un mejor presente.
Esteban Cañamares