google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: El misterio del Códice Thamacun (I del final)

miércoles, 25 de agosto de 2010

El misterio del Códice Thamacun (I del final)

por El Investigador de Nuevo Songo

"Como escanciaba Ganímedes el vino de la garganta de los dioses, así se desliza el manantial de mi palabra por las laderas de Galaad. Me dispongo a revelar la verdad del Códice Thamacún", dijo a la multitud. Cada uno se hizo rey de su silencio.

Así habló Anakantra:

"El Códice Thamacún es una realidad mutante. Cada época recrea su propio Códice. Cada generación lo reescribe. En cada generación prescribe. Secreto no hay porque nada hay oculto. El Códice está expuesto a todo el que lo quiera ver. Bienaventurados los que tienen ojos para ver el Códice.

"El Códice Thamacun de nuestro tiempo es el blog de Cuba Inglesa. Todas las entradas de Cuba Inglesa, con todos sus comentarios, traducidos a todas las lenguas del planeta, componen el corpus de El Códice Thamacun de nuestros días. Ahí anida la verdad del mundo. Ahí se imbrica la condición humana. Sólo los necios matan por conocer un secreto que no es tal. Sólo los listos lo ven".

Para rematar citó a Aristóteles: "Como los ojos de los murciélagos se ofuscan a la luz del día, de la misma manera a la inteligencia de nuestra alma la ofuscan las cosas evidentes".

El poder persuasivo de la Revelación hizo a todos caer en cuenta de cuán ciegos estaban: era el Día de Acción de Gracias de los Anonimones de Luz.

II

Pusieron rumbo a Nuevo Songo del Norte en una drakkar, y tras una larga travesía cargada de avistamientos (pero esa es otra historia) alcanzaron las costas esmeraldas del islote. En la proa, un Periodista feliz acariciaba a su Inga. El placer fue la niña de sus ojos, y en un arrebato jubiloso sintió el barco estremecerse con la furia de las barbas de Neptuno mientras él se aferraba más y más a su Inga hasta que un corrimiento interior lo hizo eclosionar en una lava que lo invadió de cabeza a pies, y todo fue humedad.

III

Una ola alcanzó la arena y cubrió el cuerpo del Periodista. Despertó sobresaltado y confundido. ¿Qué le había pasado? ¿Había soñado todo aquello o lo había vivido en realidad? ¿Se habían conjurado sus referencias literarias y mitológicas, sus largas horas de lectura de Cuba Inglesa y el sol y el calor del verano de Nuevo Songo para jugarle una mala pasada? ¿Cerraba un ciclo endiosando a Anakantra? La había conocido bajo la luna tucumana. Ella, su alter ego, su alma gemela, había sido su Beatrice. Por ella había recorrido los siete cielos y los siete infiernos. Pero ella lo había abandonado sin explicaciones. ¿Estaría enloqueciendo?

Más de una criatura que pisaba la Tierra había perdido la razón por las lecturas frenéticas de Cuba Inglesa, y hasta la Academia Novosongolesa de las Ciencias Médicas estudiaba una nueva patología mental: el Síndrome Anglocubano, para la que se había construido un pabellón especial de confinamiento solitario, con una arquitectura desafiante de cubos azules superpuestos, en el Manicomio de Vindobona.

Miró el reloj. Habían transcurrido exactamente 48 horas desde aquella conferencia de prensa de Steve Upperlip en la que preguntó por el Códice Thamacun, y dos horas desde que se tumbara a descansar a la orilla de Playa Hedónica.

El ministro de Cultura de Nuevo Songo, Pello el Anglocán, no había podido ocultar el terror en el rostro y rechazó concederle una entrevista sobre el Códice. No le habían dejado más opción que arriesgarse a pesquisar en los bajos fondos.

En una taberna de marinos de Port La Maya, donde la sola mención del Códice lograba como por arte de un hechizo bajar las voces estruendosas de los bebedores del puerto, había encontrado a una chica dispuesta a hablarle. Hija de un guerrero africano y una cocinera de Songo la Maya, la llamaban Inga. Inga la Mandinga.

Pero todavía quedaban un par de horas antes de la cita. Aún tenía tiempo para reposar sobre la arena. Volvió a tumbarse. Ya se la había disipado la turbación. Había sido un sueño vívido, pero ya comenzaba a olvidarlo. Lo único que le preocupaba era llegar a lo recóndito de aquel misterio que llamaban El Códice Thamacun. Volvió a dormirse sobre una arena blanquísima, aséptica; volvió a soñar un sueño que luego olvidaría.

Continuará

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