Esa es la idea, que el exilio comience a percibir, a descubrir –y cuando digo el exilio es porque vive en libertad y puede denunciar y teorizar sin temor a represalias—, que el castrismo, o su esencia, no tienen tanto que ver con una ideología, sino más bien con un carácter, con una cultura, con un modelo de comportamiento.
No se trata de izquierda o derecha. Se trata de que quienes reproducen comportamientos castristas (más allá de su posicionamiento político, es decir, no importa si aparentemente luchan contra el castrismo o no) en el fondo son embajadores de la dictadura y su modus vivendi. Si usted utiliza el mismo estilo de descalificación y manipulación que los Castro, llegando incluso a reproducir su vocabulario soez y despectivo, si usted censura y niega la capacidad de interlocución a su oponente ideológico o político, o simplemente a su contrapartida, entonces no importa que usted se llame anticastrista o se considere de derechas: usted al final del partido es un embajador de la dictadura.
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No se trata de izquierda o derecha. Se trata de que quienes reproducen comportamientos castristas (más allá de su posicionamiento político, es decir, no importa si aparentemente luchan contra el castrismo o no) en el fondo son embajadores de la dictadura y su modus vivendi. Si usted utiliza el mismo estilo de descalificación y manipulación que los Castro, llegando incluso a reproducir su vocabulario soez y despectivo, si usted censura y niega la capacidad de interlocución a su oponente ideológico o político, o simplemente a su contrapartida, entonces no importa que usted se llame anticastrista o se considere de derechas: usted al final del partido es un embajador de la dictadura.
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