“Para Fidel, la realidad y la verdad eran elementos dóciles y moldeables que adaptaba a la construcción de un discurso permanentemente al servicio de su leyenda personal de gran líder de la humanidad”, escribe Carlos Alberto Montaner. Pero lo que construye Castro antes de todo y con suprema urgencia en el primer decenio de su asalto al poder es “su leyenda personal de gran líder de la revolución”. El de la humanidad vendrá más tarde, una vez la impostura indispensable del revolucionario esté metida en todas las cabezas.
Se impuso un ritual de la impostura. La impostura hecha costumbre (la farsa, la máscara, la mentira) se vuelve un refugio del presente vacío, de una realidad vacía, de un cascarón vacío.
Quien mejor explica este movimiento de falsificación es Maurice Blanchot en Le rire des dieux (La risa de los dioses), un ensayo de 1965: "Estamos ante un universo donde la imagen deja de ser secundaria en relación a su modelo", "donde la impostura se pretende como verdad, o donde, en fin, ya no hay más original sino un centelleo perpetuo donde se desparrama, en el estallido de las idas y las vueltas, la ausencia del origen".
Al final ya nadie sabe dónde estaba ni está la verdad, nadie la reclama, ya tan sólo aparece la imagen, la simulación, el simulacro: la impostura entonces puede seguir perpetuándose, inmortal y eterna.
Cecilia Hart, fanática castrista, resume perfectamente este lavado de cerebro, esta ilusión, respondiendo en el año 2004 a su propia pregunta: ¿Por qué la revolución cubana no se ha derrumbado? Porque, escribe esta castrista trotskista, “cuando nos referimos a Cuba decimos siempre revolución cubana y jamás Cuba socialista”.
Aquí, ella misma está señalando la enraizada impostura: la “revolución cubana” es únicamente una expresión vacía, un asunto verbal, de lenguaje, de simbólica y de imaginario que penetró totalmente, totalitariamente, en todas las cabezas sin ninguna relación con la realidad ni los hechos, y que los castristas mantienen enraizada en las mentes como una revolución permanente. Esta mentira, esta impostura y este impostor se impusieron con tanta hondura que hasta Carlos Alberto Montaner, a pesar de su admirable trayectoria de defensor de la libertad de Cuba, y de su lucidez, puede escribir que “La famosa “revolución ciudadana” que proclama y defiende Correa […] es más un fenómeno de agitación y sobresalto”. Pero no se pregunta si la famosa “revolución cubana” que proclama y defiende Castro no sería también el mismo fenómeno: más una agitación y un sobresalto que otra cosa.
¿Por qué ha sido imposible y sigue siendo imposible pensar el acontecimiento real de 1959?
Castro ya no puede enmascarar ante la opinión internacional que dirige una dictadura. Pero sí puede todavía enmascarar su dictadura con una revolución.
Se impuso un ritual de la impostura. La impostura hecha costumbre (la farsa, la máscara, la mentira) se vuelve un refugio del presente vacío, de una realidad vacía, de un cascarón vacío.
Quien mejor explica este movimiento de falsificación es Maurice Blanchot en Le rire des dieux (La risa de los dioses), un ensayo de 1965: "Estamos ante un universo donde la imagen deja de ser secundaria en relación a su modelo", "donde la impostura se pretende como verdad, o donde, en fin, ya no hay más original sino un centelleo perpetuo donde se desparrama, en el estallido de las idas y las vueltas, la ausencia del origen".
Al final ya nadie sabe dónde estaba ni está la verdad, nadie la reclama, ya tan sólo aparece la imagen, la simulación, el simulacro: la impostura entonces puede seguir perpetuándose, inmortal y eterna.
Cecilia Hart, fanática castrista, resume perfectamente este lavado de cerebro, esta ilusión, respondiendo en el año 2004 a su propia pregunta: ¿Por qué la revolución cubana no se ha derrumbado? Porque, escribe esta castrista trotskista, “cuando nos referimos a Cuba decimos siempre revolución cubana y jamás Cuba socialista”.
Aquí, ella misma está señalando la enraizada impostura: la “revolución cubana” es únicamente una expresión vacía, un asunto verbal, de lenguaje, de simbólica y de imaginario que penetró totalmente, totalitariamente, en todas las cabezas sin ninguna relación con la realidad ni los hechos, y que los castristas mantienen enraizada en las mentes como una revolución permanente. Esta mentira, esta impostura y este impostor se impusieron con tanta hondura que hasta Carlos Alberto Montaner, a pesar de su admirable trayectoria de defensor de la libertad de Cuba, y de su lucidez, puede escribir que “La famosa “revolución ciudadana” que proclama y defiende Correa […] es más un fenómeno de agitación y sobresalto”. Pero no se pregunta si la famosa “revolución cubana” que proclama y defiende Castro no sería también el mismo fenómeno: más una agitación y un sobresalto que otra cosa.
¿Por qué ha sido imposible y sigue siendo imposible pensar el acontecimiento real de 1959?
Castro ya no puede enmascarar ante la opinión internacional que dirige una dictadura. Pero sí puede todavía enmascarar su dictadura con una revolución.