El de la perla en la nariz,
el del pantalón de saco de tela pintado;
ella, la del pelo como un clítoris,
los otros en las esquinas con botas de nieve;
la del cinto de calavera,
aquella con abrigo de piel y polainas,
el vaquero con pistolas de calamina
y la muchacha con el tatuaje de un toro
y la mirada ausente en colores de tonos viscosos:
todos dan vueltas en el carrusel
y se estrellan escondidos tras su puerta
y saltan como marionetas de alcohol
y pintan sus acciones en una mano con sangre en la pared
y frases en dibujos de cavernas.
El hombre de la camisa al revés,
doblado en el periódico con el almidón de su mujer a cuestas,
que lleva puestos unos tacones que la hacen lucir muy lejana.
Mártires sacados del heavy metal
y puestos en vidrieras
para que el tiempo pase uno a uno por sus entrañas;
fueron esos niños con boinas y cuadernos,
asaltantes que exhiben ahora su desconcierto
en la pausa de las estaciones.