El anuncio del inminente despido de medio millón de empleados de los organismos estatales y la autorización de 178 oficios “por cuenta propia”, más algunos de los puntos del documento que guiará los debates previos al VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), pactado para abril del 2011, no dejan lugar a dudas: El castrismo se encamina hacia un modelo hibrido, una suerte de empanada pos-fidelista en la que el pan del modelo chino prensaría el embutido nacional. Como se ha dicho aquí otras veces, un modelo apuntalado por el ejército, la apatía social y la corrupción generalizada, en la que un empresariado emergente y mediatizado por la elite política –procedente, en buena medida, del estamento militar-- funcionaría como un espacio de autogestión para la economía cubana.
Se intenta perfeccionar un capitalismo de Estado ligeramente similar al chino, pero más dependiente del área de los servicios y la cultura, orientado a parasitar al sector privado a base de impuestos abusivos y, sobre todo, a beneficiarse eventualmente del levantamiento del embargo estadounidense, su baza por antonomasia. Y todo parece indicar que en este caldo de cultivo la Iglesia Católica cubana constituiría un ingrediente imprescindible.
Para cuando nos diéramos cuenta, y con un poco de mala suerte –producto que producen millonariamente los industriosos cubanos--, Mariela Castro acudiría a misa tras el velo y la seda negros de algún conjunto de Armani, y el cardenal Ortega sonreiría por enésima vez frente a las cámaras, anunciando el matrimonio --más bien el potaje—entre la nueva clase política y el empresariado católico. Entonces comenzaría el lento tránsito del neocastrismo eclesial a la democracia representativa, mientras, por el camino, los herederos de los Castro y sus lugartenientes consolidan su poder económico y/o su influencia institucional. Entonces, cuando la rueda de las nuevas mafias organizadas hubiera pasado muchas veces por encima del cuerpo de la nación (depende de qué se entienda por nación), desembocaríamos en un Estado de Derecho en Cuba.
¿Tal vez para el 2060? Cualquiera sabe.
Se intenta perfeccionar un capitalismo de Estado ligeramente similar al chino, pero más dependiente del área de los servicios y la cultura, orientado a parasitar al sector privado a base de impuestos abusivos y, sobre todo, a beneficiarse eventualmente del levantamiento del embargo estadounidense, su baza por antonomasia. Y todo parece indicar que en este caldo de cultivo la Iglesia Católica cubana constituiría un ingrediente imprescindible.
Para cuando nos diéramos cuenta, y con un poco de mala suerte –producto que producen millonariamente los industriosos cubanos--, Mariela Castro acudiría a misa tras el velo y la seda negros de algún conjunto de Armani, y el cardenal Ortega sonreiría por enésima vez frente a las cámaras, anunciando el matrimonio --más bien el potaje—entre la nueva clase política y el empresariado católico. Entonces comenzaría el lento tránsito del neocastrismo eclesial a la democracia representativa, mientras, por el camino, los herederos de los Castro y sus lugartenientes consolidan su poder económico y/o su influencia institucional. Entonces, cuando la rueda de las nuevas mafias organizadas hubiera pasado muchas veces por encima del cuerpo de la nación (depende de qué se entienda por nación), desembocaríamos en un Estado de Derecho en Cuba.
¿Tal vez para el 2060? Cualquiera sabe.