En Cuba, después de 1959, las sucesivas generaciones vivieron una nostalgia de la miseria. ¿Qué puede añorar hoy en día un cubano de 30, 40 o 50 años de edad de esa Isla en ruinas que dejó atrás? ¿Las becas, las escuelas en el campo, las escuelas al campo, la masa cárnica, las hamburguesas McCastro, la máscara como si fuera un rostro, la artesanía en la Plaza de la Catedral? Una vez leí en la primera versión de Cuba Inglesa un artículo de Denis Fortún que decía lo siguiente:
“… esos recuerdos para muchos se resumen en las escuelas al campo y los desayunos con una leche saborizada a humo y leña; los inseparables ‘tres mosqueteros’ integrados por el aguado chícharo con granos como balines en medio de un caldejo insaboro e irreconocible, arroz blanco y un huevo hervido —en una época de aparente abundancia—; los muñequitos rusos con Tusha Cutusha y Tío Stiopa a la vanguardia; Elpidio Valdés y Carburo; el ‘De Pie’ de los becados en Habana Campo con el horrible programa Habana 19; las incontables y estériles tareas que debíamos cumplir; o cualquier otra de las tantas cosas, innumerables por espacio y extensión, con las que crecimos en medio de una realidad socialista enrevesada y demagógica”.
Hay un cierto sentimiento de conmiseración hacia estas personas que, cuando miran atrás, no encuentran más que desgarraduras, recuerdos de hambre y carencia, de miedo y acoso. Y ello independientemente de que sí se podría sentir una quizás agradable tristeza de algunas cosas, como, por ejemplo: El hecho de ir al Malecón de La Habana en las tardes para ver el crepúsculo; algunas reuniones en casas de amigos tomando té, y hasta digamos té con alcohol de 90 grados; o recordar las extravagancias de fiestas inventadas o las gestiones para lograr celebrar un cumpleaños; las escaramuzas para evitar los trabajos voluntarios; o cómo fue la boda o el nacimiento de un hijo; las reuniones familiares y clandestinas para escuchar Radio Martí; el grupo de la universidad en el que nos burlábamos de la política y de los funcionarios del régimen, y poco más.
Este último tipo de nostalgia es placenteramente triste, pero lo es demasiado cuando un cubano en el exilio mira hacia atrás y se da cuenta de que no puede recuperar su juventud. Cuando nada más puede recordar los agravios, la discriminación, la falta de libertades, la miseria y el hambre. Años que gastó bajo el asedio de los absurdos, tratando de escapar del laberinto; años pensando en una esperanza nunca definida, una esperanza de la incertidumbre. Esperando, siempre esperando, sin saber incluso por lo que se espera, por lo que se quiere. Despierto para soñar con un consumo que no llega. Dormido para soñar con la miseria que perdura, y peor: con la miseria inacabable que corroe el espíritu.
Esta entonces es la nostalgia del espejismo y, por tanto, no es tal. Lo que quiero decir es que el recuerdo de cualquier cosa no conforma la nostalgia. En el sentimiento nostálgico siempre —además de una tristeza placentera— hay un deseo, un sabor de algo cálido siquiera, de algo que sirvió para mantener el enlace filial o el amor por otro ser, o por el rincón de algo muy querido, algo que siempre quedó ahí latente. A no dudar, también fuera una experiencia de vida pero que nunca fue desagradable, sino al contrario. En realidad, la nostalgia es la añoranza de lo mejor que dejamos atrás.
“… esos recuerdos para muchos se resumen en las escuelas al campo y los desayunos con una leche saborizada a humo y leña; los inseparables ‘tres mosqueteros’ integrados por el aguado chícharo con granos como balines en medio de un caldejo insaboro e irreconocible, arroz blanco y un huevo hervido —en una época de aparente abundancia—; los muñequitos rusos con Tusha Cutusha y Tío Stiopa a la vanguardia; Elpidio Valdés y Carburo; el ‘De Pie’ de los becados en Habana Campo con el horrible programa Habana 19; las incontables y estériles tareas que debíamos cumplir; o cualquier otra de las tantas cosas, innumerables por espacio y extensión, con las que crecimos en medio de una realidad socialista enrevesada y demagógica”.
Hay un cierto sentimiento de conmiseración hacia estas personas que, cuando miran atrás, no encuentran más que desgarraduras, recuerdos de hambre y carencia, de miedo y acoso. Y ello independientemente de que sí se podría sentir una quizás agradable tristeza de algunas cosas, como, por ejemplo: El hecho de ir al Malecón de La Habana en las tardes para ver el crepúsculo; algunas reuniones en casas de amigos tomando té, y hasta digamos té con alcohol de 90 grados; o recordar las extravagancias de fiestas inventadas o las gestiones para lograr celebrar un cumpleaños; las escaramuzas para evitar los trabajos voluntarios; o cómo fue la boda o el nacimiento de un hijo; las reuniones familiares y clandestinas para escuchar Radio Martí; el grupo de la universidad en el que nos burlábamos de la política y de los funcionarios del régimen, y poco más.
Este último tipo de nostalgia es placenteramente triste, pero lo es demasiado cuando un cubano en el exilio mira hacia atrás y se da cuenta de que no puede recuperar su juventud. Cuando nada más puede recordar los agravios, la discriminación, la falta de libertades, la miseria y el hambre. Años que gastó bajo el asedio de los absurdos, tratando de escapar del laberinto; años pensando en una esperanza nunca definida, una esperanza de la incertidumbre. Esperando, siempre esperando, sin saber incluso por lo que se espera, por lo que se quiere. Despierto para soñar con un consumo que no llega. Dormido para soñar con la miseria que perdura, y peor: con la miseria inacabable que corroe el espíritu.
Esta entonces es la nostalgia del espejismo y, por tanto, no es tal. Lo que quiero decir es que el recuerdo de cualquier cosa no conforma la nostalgia. En el sentimiento nostálgico siempre —además de una tristeza placentera— hay un deseo, un sabor de algo cálido siquiera, de algo que sirvió para mantener el enlace filial o el amor por otro ser, o por el rincón de algo muy querido, algo que siempre quedó ahí latente. A no dudar, también fuera una experiencia de vida pero que nunca fue desagradable, sino al contrario. En realidad, la nostalgia es la añoranza de lo mejor que dejamos atrás.
Del libro en preparación 1959. Cuba: El ser diverso y la isla imaginada