En los últimos tiempos se han publicado algunos libros que recogen la azarosa vida del cubano durante el llamado “Período Especial”, eufemismo que sirve para imprimirle cierto carácter de temporalidad al hambre, las carencias y las penurias que ha soportado el cubano bajo el castrismo, pero que sin duda en los años noventa alcanzó niveles más que alarmantes. Entre esos libros destacan la novela Mañana es navidad, de Gumersindo Pacheco, y el libro de relatos Pan con tomates verdes (Editorial Silueta, 2010), del escritor Pedro Merino.
El denominador común de estas piezas es el escenario desolador y angustioso que se teje en las narraciones. En los 20 relatos que integran el libro de Merino, convergen marginalidad, jerga y picaresca como mecanismos de supervivencia. Estos elementos juegan un papel importante, pues delinean (en algunos casos) las anécdotas, y atrapan al lector. En muchos de los cuentos, mientras los personajes se abren paso, se teje una atmósfera de miedo, de inquietante inseguridad. El equilibrio literario está en lo que se va revelando, no en las formas o el estilo de escritura. Merino recurre a una prosa lineal, sin sobresaltos, sabe que lo que expresa es suficiente y se regodea en ello.
Los cuentos de Pan con tomates verdes sólo --al decir de Lezama-- alcanzan su definición mejor en un régimen totalitario, por eso algunos textos resultan tácitamente alucinantes y otros parecen hiperbólicos. Determinadas situaciones pueden llegar a perderse para un lector no cubano, que no logra entender frases como “¡Población!: a mi derecha; ¡Plan Jaba!: a la izquierda”, que se leen en el cuento Avisos, haciendo referencia a planes de distribución controlada de productos alimenticios. En otro relato, Pitusa (nombre por el que se conoce en Cuba a los pantalones vaquero), la estafa y la ya mencionada picaresca campean. Este texto en particular sirve para ilustrar el uso del lenguaje. El autor prefirió reproducir la locución callejera, entrecortando las palabras: “Caballero, los pitusas hay que buscarlos a otro apactamento; ademá, tenemo que contar el dinero”. Pero, como se sabe, no siempre el método resulta exitoso, pues, al requerir atención al vocabulario, el lector no familiarizado puede perder la interrelación con el entorno.
Pan con tomates verdes se puede situar dentro del llamado realismo sucio, que en la literatura cubana tiene a Zoé Valdés y Pedro Juan Gutiérrez como sus más notables exponentes. Sin embargo, en los relatos de Merino “la suciedad” la aporta la deshumanización a la que ha conducido el totalitarismo al cubano, algo que queda muy bien resumido por el escritor Denis Fortún cuando en la contratapa del libro expresa: “Pedro Merino muestra la cara de una Habana sórdida, sucia, habitada por gentes sin escrúpulos, marginales por obligación [...] Seres cercados por un medio que se hace más hostil a medida que pasan las semanas, en el que su obsesión se reduce al intento de escapar de un entorno irrespirable”.
Pan con tomates verdes es la triste y fiel crónica de la Cuba bajo el castrismo, es decir, un retrato de la desesperanza.
El denominador común de estas piezas es el escenario desolador y angustioso que se teje en las narraciones. En los 20 relatos que integran el libro de Merino, convergen marginalidad, jerga y picaresca como mecanismos de supervivencia. Estos elementos juegan un papel importante, pues delinean (en algunos casos) las anécdotas, y atrapan al lector. En muchos de los cuentos, mientras los personajes se abren paso, se teje una atmósfera de miedo, de inquietante inseguridad. El equilibrio literario está en lo que se va revelando, no en las formas o el estilo de escritura. Merino recurre a una prosa lineal, sin sobresaltos, sabe que lo que expresa es suficiente y se regodea en ello.
Los cuentos de Pan con tomates verdes sólo --al decir de Lezama-- alcanzan su definición mejor en un régimen totalitario, por eso algunos textos resultan tácitamente alucinantes y otros parecen hiperbólicos. Determinadas situaciones pueden llegar a perderse para un lector no cubano, que no logra entender frases como “¡Población!: a mi derecha; ¡Plan Jaba!: a la izquierda”, que se leen en el cuento Avisos, haciendo referencia a planes de distribución controlada de productos alimenticios. En otro relato, Pitusa (nombre por el que se conoce en Cuba a los pantalones vaquero), la estafa y la ya mencionada picaresca campean. Este texto en particular sirve para ilustrar el uso del lenguaje. El autor prefirió reproducir la locución callejera, entrecortando las palabras: “Caballero, los pitusas hay que buscarlos a otro apactamento; ademá, tenemo que contar el dinero”. Pero, como se sabe, no siempre el método resulta exitoso, pues, al requerir atención al vocabulario, el lector no familiarizado puede perder la interrelación con el entorno.
Pan con tomates verdes se puede situar dentro del llamado realismo sucio, que en la literatura cubana tiene a Zoé Valdés y Pedro Juan Gutiérrez como sus más notables exponentes. Sin embargo, en los relatos de Merino “la suciedad” la aporta la deshumanización a la que ha conducido el totalitarismo al cubano, algo que queda muy bien resumido por el escritor Denis Fortún cuando en la contratapa del libro expresa: “Pedro Merino muestra la cara de una Habana sórdida, sucia, habitada por gentes sin escrúpulos, marginales por obligación [...] Seres cercados por un medio que se hace más hostil a medida que pasan las semanas, en el que su obsesión se reduce al intento de escapar de un entorno irrespirable”.
Pan con tomates verdes es la triste y fiel crónica de la Cuba bajo el castrismo, es decir, un retrato de la desesperanza.
Originalmente publicado en Diario las Américas