google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: En el centenario de Lezama, la imagen llena el vacío

viernes, 17 de diciembre de 2010

En el centenario de Lezama, la imagen llena el vacío

por Ángel Velázquez Callejas

Estaba por escribir algo sobre Lezama en su centenario. Pero como hay tantas cosas dichas sobre este poeta y ensayista, tenía miedo de repetir lo mismo. Temía emitir un nuevo argumento sabiendo que todos ellos son mentira. Sin embargo, me las ingenié para inventar un motivo acerca de su obra.

Como Lezama (a la derecha, inmortalizado por Iván Cañas) es quizás el “creador” que más rienda suelta ha dado a la imaginación, no deja de ser también el mayor inventor de los creadores. Es lo que ha sido Lezama, un gran innovador, o si se quiere, para el gusto de muchos, un gran fabulador. Todo lo que Lezama nos dijo, desde la poesía y el ensayo hasta la novela, y ese esfuerzo suyo por establecer una lógica poética dentro del sistema poético del mundo, constituye una “gran bella mentira”. Hoy creemos que todo lo que dijo es verdad y debe ser asumido como literatura real. Nada más falso. Se trata de simples artificios para crear una atmósfera literaria, una escritura para dar salida a la angustia existencial de un siglo. Y es aquí donde estriba la belleza de su obra: va expulsando e inventando cosas con palabras, símbolos, metáforas, para decirnos que la imagen es la realidad, la prueba de que el mundo de Dios es alcanzable como creencia.

No obstante, el poeta no sabía mucho acerca de la liberación interior, no sabía cómo parar el monólogo narrativo para entrar en el acto poético. Pero poco a poco, a fuerza de lógica imaginativa, se fue vaciando, hasta llegar a un punto y decirnos adiós… ¡basta de imaginación! En Fragmentos a su imán, vemos cómo del ego poético pasa, sin que apenas se dé cuenta el actor, al acto. La muerte llega como acto poético en Lezama, la culminación de la fabulación y la entrada a la verdad. Solo que ese acto se produjo en el momento en que se despidió.

Con esto, Lezama ha dejado un vacío inconmensurable en las letras hispanohablantes, que solo se puede llenar con lo mismo, con imágenes. Nadie ha hecho un esfuerzo literario como este en Hispanoamérica: aniquilarse para entrar definitivamente en la realidad. ¿Es la imagen la realidad? En ello estriba el poder de la imaginación lezamiana, convertir una mentira en realidad. Hacernos creer, con sutileza barroca, que no existe la literatura como tal, que solo es posible como subterfugio para alcanzar algo más elevado que bulle en la naturaleza humana. Con Lezama el punto llega al clímax, a su máxima expresión, y nos da cuenta del hecho imaginativo: este mundo sigue en pie sobre la sustancia de sueños e imágenes. Lezama nos dice secretamente que este mundo se basa en mentiras y pura ficción. Lezama se adelanta y ve que este mundo es sueño póstumo, pero no puede expresarlo con su presencia. No posee un acto poético para evidenciarlo. No tiene raíz en la tierra.

De ahí la angustia y el sufrimiento, que lo llevan de la poesía al ensayo y del ensayo al hecho novelable. Tiene que acudir a la literatura, y sabe que la literatura es un sueño también. El mensaje de Lezama es muy simple, pero lo hemos perdido de vista. Hemos hecho de Lezama un gigante de de las letras y un monstruo literario. Pero en el fondo Lezama expresa una debilidad humana; es una posibilidad sensible, un fragmento que da fe de un esfuerzo, de un anhelo que yace oculto en la naturaleza humana pero que no puede retumbar con su presencia, con sus gestos, con su alegría y su dicha. No son totales los gestos y las risas, sino irónicos. No son actos, sino reacciones poéticas. En el momento en que la muerte le impone decidir, llega la totalidad y el fragmento se esfuma.

Es así como entre la timidez y la frustración parece devenir el impulso creador de un siglo. En 1910, cuando nace Lezama Lima, circulaban en el mundo académico y literario las ideas del ellam vital de Bergson y del eterno retorno y la posibilidad del superhombre de Nietzsche. O bien un impulso para retornar una y otra vez al mismo hombre, al mismo lugar, a la mente colectiva, al carácter, la moral y la ética preconcebida, o para elevarse hacia un hombre superior y vivo, a un poeta en actos. Estos apotegmas marcaron el nacimiento de un siglo, pero se limitaron porque el hombre ha de retornar en lo esencial en el siglo XXI. Al cumplirse cien años del nacimiento del escritor Lezama Lima, creador de un sistema poético del mundo, de un impulso por lo poético, ha continuado en pie el origen de ese impulso hacia el retorno. Ese impulso humano es como una ola del océano, que llega hasta la orilla y retrocede. Cien años de ideas y utopías y el hombre es como una ola: de ahí la timidez y la frustración.

Ortega y Gasset, más tímido que frustrado, llegó a anclarse en un concepto renovador: la razón vital. Sabía filosóficamente que la vida era el factor del impulso y que de ella dependía la razón, el pensamiento vivo. Pero hasta entonces la razón dependía de cosas muertas y prestadas. Vino Lezama, más frustrado que tímido, y alcanzó a llenar el vacío con la imagen. De hecho, la timidez produce un esfuerzo intelectual con que descifrar la naturaleza del retorno y la frustración, para llenarla con la imagen. Ambas actitudes viajan en el mismo barco, de regreso a la isla de los dioses preconcebidos.

Pero en la naturaleza del hombre –dice Emerson-- yace oculto un gran anhelo; no solo del sexo para procrear nueva vida, sino para dar nacimiento a un hombre mejor. Martí dijo –y la frase ha sido reinterpretada por los reformadores y revolucionarios-- creer absolutamente en el mejoramiento humano, en la posibilidad del hombre magno. Se trataba de la misma expresión con que Emerson y Nietzsche visualizaron la posibilidad de un hombre superior que pudiera salirse del retorno, dejando atrás el agobio del pasado y superándose así mismo como humano. Parece que en el fondo de la vida existe ese anhelo. La vida no quiere morir en el hombre, pero cierta timidez, recelo y frustración se convierten en barreras infranqueables para dar el salto hacia adelante. El impulso de la timidez y la frustración ha dominado todo un siglo, y aunque ha logrado cierta representación simbólica e intelectual, cierta disidencia y fuerza emprendedora, no ha logrado liberarse del retorno. Ese es el dilema esencial de este siglo: o seguimos conformándonos con el retorno, o nos salimos de él. En otras palabras: o aceptamos ser individuos tímidos y frustrados, o admitimos per se el sueño de la llegada del hombre magno.

Es significativo indagar en por qué Lezama termina Paradiso en el momento en que un nuevo ritmo se impone: “Ahora podemos empezar”. Esta culminación puede tener dos motivos: bien porque el ritmo hesicastico no puede ser narrado por la simple naturaleza de la liberación de la barrera, o bien porque la frustración deviene en retorno en sí misma.

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