para Dalia, que canta pero no la escucho sino en el recuerdo
El encanto donde dices sostenerme
me perjudica,
las horas, tendida donde te lleve la corriente
duele como si fuera morirse dos veces
y luego vienes a sobrevivir,
que pague con olvido lo que es lamento;
de una historia donde me desgarras:
suelta, sin fragmentos y sin final.
No puedo fingir lo divino
ni salirte por la boca como si bailara
todo el tiempo de puntas contra el pecho.
Has de probarte en la esencia del polvo
en la huella fresca sobre un camino de barro.
Has de vivir solitaria en esos signos
al final las pasiones muertas nunca se ofrecen.
Cuando alguien parte y otros llegan
hay un puerto donde fondear y quedarse;
ir a esos lechos donde los gritos ahogan
como una pedrada que rompe seca
los extremos donde cada uno ha amarrado
otros deseos incompatibles de salvarse en lo imposible.
Ayer no es el futuro que nos devuelve
a una playa donde la arena es la certeza de la misericordia.
Los cuerpos pudieron flotar mucho tiempo
en las ansias de ser la libertad:
pero ellos se disuelven en la nada
y nadie escapa de una muerte que ha sido
una pose de santo en el velorio de los convidados.
Alguna vez tuvimos esos rostros como luces
sobre una cuerda que era el horizonte,
ahora es demasiado tarde para ilusionarnos
que vuelvan al nacimiento tantos adioses.
Irse lejos por temor a ser ahorcado
o no saber si la realidad te devuelve al sentimiento
el rostro donde vives sin espejo
puertas de entrar y salir desde la boca
pintada y feroz sobre su espanto.
Es el final de una historia es el recuento
almas que fueron separadas en su invento
la forma infeliz de llevarse un encanto
y luego fingir que la divinidad en ello
era ignorar los signos que pulsan a la desgracia;
una vida no depende de otra
y las ilusiones son esas partes frecuentes del abismo.