“La revolución permanente, el concepto desde el que la cultura thamacunesa florecería hasta bien entrado el siglo XX constituye, según el antropólogo James Fergusson, una suerte de derivación afrancesada de una revolución mucho más concreta: la de la diversión productiva” (Erótica, La revolución permanente, página 43).
¿Cómo detener el avance puntoCON?, se pregunta Idamanda ya en el primer capítulo de Erótica. Primero que todo, cabe subrayar que “avance”, en el contexto puntoCON, es sinónimo de retroceso. El avance puntoCON se construye desde la negación de la diferencia, de lo otro. El ultranacionalismo puntoCON es negación de la diversidad en tanto sólo se reconoce en la reafirmación del ego por reacción, del valor, o el símbolo, estático. Prima el personaje fabricado por la tradición, y hará cualquier cosa por imponerse. Lo puntoCON pretende primar a través de la negación, y si es posible el exterminio, de la diferencia.
Lo puntoCON suele ser violento, y siempre soberbio, categórico. A ello oponen El Hecho Thamacun, Playa Hedónica, los Tres Factores, el espacio puntocom creativo, inclusivo, de Cumberland. Y esto sólo es posible desde una mentalidad abierta, positivista, festiva. El ángulo desde el cual Cumberland “combate” lo puntoCON suele ser lúdico, festivo. Ya no se trata de poner la otra mejilla y mucho menos, en el otro extremo, de cohabitar o alimentar una dinámica de la violencia. Se trata, en cambio, de volver productivo incluso lo que aparentemente resulta, por naturaleza, destructivo. Se trata de relativizar la mala energía hasta transformarla en fuente de diversión (un elemento más de la fiesta de vivir). El ser cumberlano enfrenta la violencia puntoCON constructivamente, intentando dinamitar sus bases para incrustar en ese suelo las columnas del edificio hedónico.
Esto es complicado de entender por la propia naturaleza de las culturas históricas y contemporáneas --eminentemente impositiva, reactiva, masculina--, que cuelgan su discurso de la argolla de la solemnidad.
“La madurez del hombre consiste en reconquistar la seriedad con la que jugaba cuando era niño”, decía Nietzsche, y en Erótica se traduce esto productivamente. El niño es responsable cuando juega puesto que pretende imponer sus destrezas y se concentra en ello, y sin embargo no deja de estar jugando, no deja de divertirse. Al abordar la realidad externa lúdicamente, la desdramatizamos, la desmitificamos, le quitamos peso y solemnidad, y nos los quitamos a nosotros mismos.
He aquí la clave. No sólo se impone desdramatizar la realidad externa, sino desdramatizarnos, poner patas arriba la solemnidad del ego imponente. Brotar del personaje y tirarlo como se tira un disfraz inservible, un sobretodo viejo y maloliente. Todos andamos con el personaje a cuestas. Pero el personaje pesa demasiado, es un lastre que nos impide volar. Y todas las culturas, históricas y contemporáneas, prácticamente todas, nos han inculcado el personaje desde la niñez, nos lo han impuesto a través de la tradición, de la educación, de los medios de información, incluso de una expresión artística aparentemente tan fresca y sensorial como la música. El personaje, de hierro fundido, es el ancla que nos impide zarpar.
Una de las razones del irracional miedo a la muerte que abrasa al ser tradicional está íntimamente relacionada con el hecho de que la inmensa mayoría de los hombres no consigue imponer, en vida, el personaje de hierro que le han inducido. Se acerca la muerte y el personaje no se impone. Entonces sobrevienen el terror, la frustración, la cobardía. Así, lejos de la muerte, aún sin el lastre a cuestas del personaje –o al menos sin todo el personaje encima--, el niño consigue ser feliz. En su inocencia libre todavía, ligera de equipaje, pragmática, bullen el Hecho Thamacun, Playa Hedónica.
En el lúdico fluir de la niñez está la respuesta. ¿Y qué produce el niño? Lo más anhelado, perseguido, añorado por sus mayores, por todos los hombres. Algo que ni siquiera el dinero puede comprar permanentemente. Produce felicidad. El niño nos hace feliz. Es feliz. La niña es Beatriz de Eugenia regresando a La Playa. Es la infancia de Idamanda frente al mar, reconociéndose en ese otro nombre.
Sólo el niño puede mudar de piel y divertirse en el proceso.
Lo puntoCON suele ser violento, y siempre soberbio, categórico. A ello oponen El Hecho Thamacun, Playa Hedónica, los Tres Factores, el espacio puntocom creativo, inclusivo, de Cumberland. Y esto sólo es posible desde una mentalidad abierta, positivista, festiva. El ángulo desde el cual Cumberland “combate” lo puntoCON suele ser lúdico, festivo. Ya no se trata de poner la otra mejilla y mucho menos, en el otro extremo, de cohabitar o alimentar una dinámica de la violencia. Se trata, en cambio, de volver productivo incluso lo que aparentemente resulta, por naturaleza, destructivo. Se trata de relativizar la mala energía hasta transformarla en fuente de diversión (un elemento más de la fiesta de vivir). El ser cumberlano enfrenta la violencia puntoCON constructivamente, intentando dinamitar sus bases para incrustar en ese suelo las columnas del edificio hedónico.
Esto es complicado de entender por la propia naturaleza de las culturas históricas y contemporáneas --eminentemente impositiva, reactiva, masculina--, que cuelgan su discurso de la argolla de la solemnidad.
“La madurez del hombre consiste en reconquistar la seriedad con la que jugaba cuando era niño”, decía Nietzsche, y en Erótica se traduce esto productivamente. El niño es responsable cuando juega puesto que pretende imponer sus destrezas y se concentra en ello, y sin embargo no deja de estar jugando, no deja de divertirse. Al abordar la realidad externa lúdicamente, la desdramatizamos, la desmitificamos, le quitamos peso y solemnidad, y nos los quitamos a nosotros mismos.
He aquí la clave. No sólo se impone desdramatizar la realidad externa, sino desdramatizarnos, poner patas arriba la solemnidad del ego imponente. Brotar del personaje y tirarlo como se tira un disfraz inservible, un sobretodo viejo y maloliente. Todos andamos con el personaje a cuestas. Pero el personaje pesa demasiado, es un lastre que nos impide volar. Y todas las culturas, históricas y contemporáneas, prácticamente todas, nos han inculcado el personaje desde la niñez, nos lo han impuesto a través de la tradición, de la educación, de los medios de información, incluso de una expresión artística aparentemente tan fresca y sensorial como la música. El personaje, de hierro fundido, es el ancla que nos impide zarpar.
Una de las razones del irracional miedo a la muerte que abrasa al ser tradicional está íntimamente relacionada con el hecho de que la inmensa mayoría de los hombres no consigue imponer, en vida, el personaje de hierro que le han inducido. Se acerca la muerte y el personaje no se impone. Entonces sobrevienen el terror, la frustración, la cobardía. Así, lejos de la muerte, aún sin el lastre a cuestas del personaje –o al menos sin todo el personaje encima--, el niño consigue ser feliz. En su inocencia libre todavía, ligera de equipaje, pragmática, bullen el Hecho Thamacun, Playa Hedónica.
En el lúdico fluir de la niñez está la respuesta. ¿Y qué produce el niño? Lo más anhelado, perseguido, añorado por sus mayores, por todos los hombres. Algo que ni siquiera el dinero puede comprar permanentemente. Produce felicidad. El niño nos hace feliz. Es feliz. La niña es Beatriz de Eugenia regresando a La Playa. Es la infancia de Idamanda frente al mar, reconociéndose en ese otro nombre.
Sólo el niño puede mudar de piel y divertirse en el proceso.