Estimado Armando Añel:
El ser humano suele olvidarse de sí mismo. Suele negar de un modo involuntario su existencia real. Vive representándose una realidad sin voluntad. Vive de impulsos exteriores. Y no es difícil comprobar lo que estoy aduciendo. El conductismo es la esencia del ser humano actual y del cubano en particular. Me he preguntado en más de una ocasión por qué un pueblo como el cubano acrecienta una empatía subjetivista con lo que no es productivo, con lo que no es, en función del beneficio final, gozoso. El cubano es un ser muy histórico, según la concepción orteguiana, muy racional respecto a su historia y pasado. Y mi hipótesis es la siguiente: el cubano no tiene otra cosa en que apoyarse que en su historia.
El cubano todo lo ha reducido a Historia. Lo político, económico, cultural y religioso lo ha reducido a Historia, una memoria para subsistir. En el pueblo cubano, como fue expuesto en un libro, Bayamo: en busca de lo maravilloso, es radical en lo racional subjetivo.
Por eso entiendo el pesimismo de Schopenhauer. Entonces cómo salir del sueño, como abolir la pesadilla que retumba en la memoria, cómo deshacerse de la voluntad de la esperanza. Schopenhauer nunca tuvo una respuesta práctica y real. Su experiencia se limitaba al pensamiento. Se dice que cuando por primera vez tuvo el Gitá en sus manos, el pesado libro de la escritura hindú, lo puso de sombrero en su cabeza y bailó de alegría. ¡Muy simbólico! Entonces le preguntaron por qué bailaba de alegría. A lo que respondió: “Es el lugar donde por primera vez encuentro una respuesta al pesimismo de ver la vida”.
Desde una falsa voluntad representamos nuestras angustias, nuestros celos y terminamos en un sueño de “infinitas posibilidades”, comparándolo todo, comparándonos con el pasado. Nuestra tendencia de pensamiento, y no excluyo a ninguno de los más brillantes intelectuales cubanos --Varela, Martí, Montoro, Varona, Ortiz, Guerra, Mañach, Lezama, entre otros--, es histórica. Y es una herencia que ha llegado hasta el último rincón de nuestras fibras cerebrales. El exilio, por una razón de impotencia, de contribución aceptada, no ha escapado de esa herencia patriótica y revolucionaria.
Lo que nos importa entonces, como tú dices en ese espléndido post que acabas de colgar, La diversión productiva, es “adjudicarnos determinadas etiquetas”: la nación, la nacionalidad, la patria… “Sólo ha existido una revolución”: La Revolución Permanente. Todavía aquí permanecemos substraídos por esa fuerza hipnótica de larga duración, de la historia de la Revolución Pospuesta. Desterramos lo esencial. Desvalorizamos al individuo.
Yo sostengo que eso que se llama “abstracto” no existe; pero no se me malinterprete, porque lo que llamas puntoCON tampoco existe, es pura representación involuntaria. Lo puntoCON son entidades que a fuerza de mentiras, plagados de racionalidad histórica, tratan de sobrevivir en El Hecho. Son agentes transmisores de un exilio corroído por el pasado. Por eso hemos olvidado lo que nos parece fútil y angustioso. Esa idea de la muerte, de que todo termina con ella, me parece aterradora; por eso comparamos y por eso nos angustiamos.
Schopenhauer debió leer en el Gitá su “representación” de que la vida, tal y como la conocemos, no es real. Algo que no esperaba, pero deseaba saber. Habría que estudiar a fondo esa coyuntura de los años sesenta en Cuba: la psicología de un cambio, la del “individuo” a lo “abstracto”, la de lo “real” a lo “irreal”, que hoy se visualiza pataleando de angustia ante el Punto Final.
El ser humano suele olvidarse de sí mismo. Suele negar de un modo involuntario su existencia real. Vive representándose una realidad sin voluntad. Vive de impulsos exteriores. Y no es difícil comprobar lo que estoy aduciendo. El conductismo es la esencia del ser humano actual y del cubano en particular. Me he preguntado en más de una ocasión por qué un pueblo como el cubano acrecienta una empatía subjetivista con lo que no es productivo, con lo que no es, en función del beneficio final, gozoso. El cubano es un ser muy histórico, según la concepción orteguiana, muy racional respecto a su historia y pasado. Y mi hipótesis es la siguiente: el cubano no tiene otra cosa en que apoyarse que en su historia.
El cubano todo lo ha reducido a Historia. Lo político, económico, cultural y religioso lo ha reducido a Historia, una memoria para subsistir. En el pueblo cubano, como fue expuesto en un libro, Bayamo: en busca de lo maravilloso, es radical en lo racional subjetivo.
Por eso entiendo el pesimismo de Schopenhauer. Entonces cómo salir del sueño, como abolir la pesadilla que retumba en la memoria, cómo deshacerse de la voluntad de la esperanza. Schopenhauer nunca tuvo una respuesta práctica y real. Su experiencia se limitaba al pensamiento. Se dice que cuando por primera vez tuvo el Gitá en sus manos, el pesado libro de la escritura hindú, lo puso de sombrero en su cabeza y bailó de alegría. ¡Muy simbólico! Entonces le preguntaron por qué bailaba de alegría. A lo que respondió: “Es el lugar donde por primera vez encuentro una respuesta al pesimismo de ver la vida”.
Desde una falsa voluntad representamos nuestras angustias, nuestros celos y terminamos en un sueño de “infinitas posibilidades”, comparándolo todo, comparándonos con el pasado. Nuestra tendencia de pensamiento, y no excluyo a ninguno de los más brillantes intelectuales cubanos --Varela, Martí, Montoro, Varona, Ortiz, Guerra, Mañach, Lezama, entre otros--, es histórica. Y es una herencia que ha llegado hasta el último rincón de nuestras fibras cerebrales. El exilio, por una razón de impotencia, de contribución aceptada, no ha escapado de esa herencia patriótica y revolucionaria.
Lo que nos importa entonces, como tú dices en ese espléndido post que acabas de colgar, La diversión productiva, es “adjudicarnos determinadas etiquetas”: la nación, la nacionalidad, la patria… “Sólo ha existido una revolución”: La Revolución Permanente. Todavía aquí permanecemos substraídos por esa fuerza hipnótica de larga duración, de la historia de la Revolución Pospuesta. Desterramos lo esencial. Desvalorizamos al individuo.
Yo sostengo que eso que se llama “abstracto” no existe; pero no se me malinterprete, porque lo que llamas puntoCON tampoco existe, es pura representación involuntaria. Lo puntoCON son entidades que a fuerza de mentiras, plagados de racionalidad histórica, tratan de sobrevivir en El Hecho. Son agentes transmisores de un exilio corroído por el pasado. Por eso hemos olvidado lo que nos parece fútil y angustioso. Esa idea de la muerte, de que todo termina con ella, me parece aterradora; por eso comparamos y por eso nos angustiamos.
Schopenhauer debió leer en el Gitá su “representación” de que la vida, tal y como la conocemos, no es real. Algo que no esperaba, pero deseaba saber. Habría que estudiar a fondo esa coyuntura de los años sesenta en Cuba: la psicología de un cambio, la del “individuo” a lo “abstracto”, la de lo “real” a lo “irreal”, que hoy se visualiza pataleando de angustia ante el Punto Final.