Vamos a vivir el día único de la gracia,
en la muerte,
vamos así a completarnos en esta música plástica
e idea del amor sin reposo.
Juan Ramón Jiménez
en la muerte,
vamos así a completarnos en esta música plástica
e idea del amor sin reposo.
Juan Ramón Jiménez
Con verosimilitud o no, el arte ha expresado la recurrencia de la “memoria” en dos planos de representación del mundo y de la existencia: la del subdesarrollo y la del desarrollo. Claro está, esta última –desarrollo-- es más bien un presunto tecnicismo gregario, cuyo filtro diferencia épocas, estructuras. Pero en extensión, tal y como la concebimos, la memoria –como una manifestación psicológica del tiempo-- es subdesarrollada en sí misma.
No existe una prueba empírica y concreta que muestre a la memoria como un paso revolucionario y trascendental. La memoria nunca puede tener un desarrollo hacia adelante en sí misma porque está elaborada de lo rancio del pasado. Una realidad que Dostoievski puso de relieve cuando examinó cuidadosamente la relación psicológica del hombre y la libertad. ¿El hombre es realmente libre? Todo lo que puede ser acumulado como pasado le resulta evidente manifestación contrapuesta. Por consiguiente, la memoria puede establecer cierta pauta natural en el orden moral –puede establecer socialmente lo que está bien y lo que está mal-- y puede además ejercer cierta conveniencia a su favor siempre que la lógica se lo permita. Pero cuando el hombre ve y atestigua que puede saltar por encima de la memoria, es decir, desplazarse fuera de su pauta, del condicionamiento moral, entonces se produce un salto existencial y voluntario: la sensación de que la libertad es inequívoca.
Esa sensación de libertad será un provecho, casi nunca realizado, subjetivo por extensión. Dado que existe una ganancia en este sentido, y es debido a que el hombre llega a sentirse atropellado por la pauta de la memoria, le nace la necesidad de irse por encima de los patrones morales de la sociedad. De modo que un momento crucial en la historia del hombre es cuando el ego da la racionalización exacta de la voluntad de poder, la duda y el salto. El hombre quiere ser un individuo –libre-- por naturaleza y es el momento también cuando comienza a padecer el estrechamiento de la libertad, cuando empieza a vivir como un fantasma dentro de la sociedad.
Un ejemplo. La presentación en Nueva York del filme Memorias del desarrollo, del realizador Miguel Coyula, toma como base de argumentación los desajustes emocionales de Sergio a la manera enajenante que sufre en el medio neoyorquino el personaje de la novela de Edmundo Desnoes. Dado que resulta significativo descubrir la complicidad resultante de la memoria, como una carga nefasta para el ser. Así como un animal de carga necesita un descanso para continuar, el ser necesita una tregua para proseguir. Desde luego, el cansancio en la vejez parece que se debe más a la excesiva continuidad de la carga que la memoria acumula sobre el ser, que al agotamiento físico, del cuerpo. Es decir, el hombre se va poniendo viejo --no me refiero a la vejez física sino psicológica--, impertinente, melancólico, aburrido, inadaptable, debido a esta continuidad que ejerce la memoria a lo largo de su vida. Puesto que la memoria carga fundamentalmente con el pasado, y este pasado no es más que pensamiento metarrelatizado en su interior, el hombre lleva a lo largo de su vida un cementerio de recuerdos sobre sus hombros. Irónicamente, de este cementerio depende y a partir de él --por suerte-- se constituye el ego, la voluntad y el deseo de libertad.
Por eso suscribo que una obra literaria, al igual que un filme, es como un bello cementerio de ideas. De modo que toda obra literaria ha sido esto: un monólogo de ideas yertas en el interior humano, ejercido por la carga de la memoria. Este es un principio que la psicología transpersonal ha venido abordando acertadamente. La memoria deviene siempre fatiga existencial del ser. Pero desagraciadamente, paradójicamente, todos los seres humanos se han apoyado en la memoria para poder existir, en cualquier circunstancia de vida. Frank Kafka fue quizás el primero de los narradores del siglo XX en advertir esta situación nefasta de la memoria. En La Metamorfosis expresa el absurdo usando una ficción práctica: vivir como un animal, como un bicho --y los animales y los bichos no tienen memoria--, es más digno que seguir arrastrándonos bajo la carga de la memoria.
Aún más ambigua es la “memoria del superdesarrollo”. Con el subdesarrollo el hombre tomó conciencia del tiempo, de su veracidad, y creó la memoria del pasado. Por su parte, con el “desarrollo” la conciencia sobre el tiempo se deslizó en rebeldía y creó la conciencia imaginativa, la memoria futura, una especie de conciencia subjetiva. Pero para una definición más exacta desde el punto de vista psicológico, la memoria del pasado fue reproduciendo el subdesarrollo de una mentalidad colectiva, y la memoria del futuro, de la imaginación y la investigación científica, el desarrollo de una mentalidad individualista. Desde un punto de vista concreto, geo-histórico, los países que hoy se catalogan de “desarrollados” son aquellos que han cultivado una mentalidad individualista, que han absorbido a través de la experiencia empírica el legado teórico de Nietzsche, la voluntad de poder.
Pero en estos dos aspectos del mundo, la memoria en sí es evolutiva y lineal; una es causa de la otra. La del subdesarrollo conlleva al autoengaño y crea el subconsciente –las pautas morales y éticas--, y la del desarrollo produce la inadaptación, fomenta la desesperación existencial y el sentido de futilidad de la vida. El movimiento de intelectuales existencialistas surge de la conciencia de memoria del desarrollo. Desde luego, esta causalidad de las memorias ha sido hasta ahora el eje central de la evolución de la historia de la cultura humana.
Esa realidad puede reaparecer. Si buscamos cuidadosamente en los textos martianos muchas de las referencias dan cuenta de que varias de las “situaciones creadas” fracasaron y desaparecieron en el transcurso del tiempo. Eso produjo, naturalmente, una profunda frustración, sobre todo cuando el creador ve desaparecer ante sus ojos ese sentido de la memoria. Ahora los existencialistas afirman que dicho fracaso es un bien necesario porque reafirma la voluntad de la búsqueda espiritual y el deseo de ser mejores seres humanos. Por ejemplo, volviendo sobre Edmundo Desnoes, quien construyó un personaje emblemático en una época vigorosa, el escurridizo Sergio de Memorias del subdesarrollo, se ve ahora finalmente, cuarenta años después, ante la desastrosa realidad de que este Sergio habrá de morir en cualquier instante. Duele verlo, pero esa es la realidad del subdesarrollo de la memoria. Inténtelo como lo intente, la memoria parece ser el flujo determinante del fracaso, la viabilidad en que se basa el mito de Sísifo. En Memorias del desarrollo, por su parte, novela que acaba de ser adaptada al cine, Desnoes confirma mejor que nadie la tentativa pedestre de que toda creación es al parecer pasajera, efímera en sí misma. Confirma mediante la subjetividad, la experiencia desgarradora de su exilio, un hecho intrínseco de la creación: el fracaso es el único modo de salvarse.
Una batalla campal entre el creador y lo creado, entre la memoria y la libertad, entre Krishna y Arjuna. Krishna intentando crear una situación para ayudar a Arjuna a liberarse y éste negándola. Desnoes intentando ayudar a la liberación de Sergio y éste negándose. Todo parece indicar que la libertad no forma parte de la creación, sino de la creatividad por extensión. El fracaso no es un fin en sí mismo como intentan expresar Don Quijote y Hamlet, sino un poderoso medio para saltar a la realidad definitiva: del fracaso a la libertad. No sé por qué en este sentido el hombre siempre vive negando lo que va creando. Por eso Dostoievski parece tener razón cuando advierte que la creación artística es un medio para el fracaso. Por tal motivo, hay algo que me dice que toda experiencia desgarradora en un creador artístico atestigua, sin ningún prejuicio, un dibujo mágico. Para quienes se atrevan a arriesgarse en la necesaria peligrosidad niezstcheneana de la vida, sin peligro no habrá libertad, o lo que es lo mismo, con memoria no habrá libertad. Habrá, desde luego, un estar constantemente alimentando lo creado, a sabiendas que algún día ese acumulamiento, esa carga, colmará de desagravio al ser humano. ¿Por qué sucede esto? Porque la memoria necesita de un esfuerzo constante por existir, es una seudocreación que da vida y existencia mágica al ego. Es lo que presume ser una novela como Cien años de soledad.
Ahora bien, cuando la creación nace por medio de un creador, las cosas cambian. Y esto obliga a satisfacer ciertas normas subyacentes de la creación libertaria, que no están disponibles para quienes no se arriesgan. Nadie quiere pasar por el martirio del fracaso, puesto que da mucho miedo. Más bien de seguro que será la desproporción de lo causal, manifestándose entre la imaginación y la creatividad, lo que se imponga. Por eso siento la insatisfacción que sugiere la separación entre la creación y la creatividad, lo que equivale para el primer punto la necesidad del fracaso.
El hombre –el ser masculino-- siente la necesidad de la creación porque no forma parte de su naturaleza intrínseca. El hombre no puede ser creativo a no ser que se cree a sí mismo como medio creador de libertad; a no ser que derrumbe también toda la literatura, la filosofía y la religión masculinas –cementerios de memorias agresivas-- y se cree a sí mismo como un “poeta en acto”, un hombre “libre de memorias”. De lo contrario, será el mayor fracaso posible. Vivir aferrado a la memoria es el mayor de los fracasos. Le pasó a Don Quijote, a Hamlet, a Don Juan, a Fausto, a José Cemí… Lo que hemos llamado “creadores” es más bien resultado de la falta de creatividad, la voluntad insertándose entre el esfuerzo y la naturalidad, entre la memoria y la libertad.
La memoria del superdesarrollo es una memoria sin memoria, un espacio con libertad. No es que la memoria deje de existir --esa no es la idea--, sino que la visión femenina la tenga como su mejor alumna. Algo así como lo que expresara Juan Ramón Jiménez en Tiempo: “Mi monólogo es la recurrencia permanente desechada por falta de tiempo y lugar durante todo el día, una conciencia vigilante y separadora al margen de la voluntad de elección”, como un viaje definitivo.
Y ahora el poema de Juan Ramón:
No existe una prueba empírica y concreta que muestre a la memoria como un paso revolucionario y trascendental. La memoria nunca puede tener un desarrollo hacia adelante en sí misma porque está elaborada de lo rancio del pasado. Una realidad que Dostoievski puso de relieve cuando examinó cuidadosamente la relación psicológica del hombre y la libertad. ¿El hombre es realmente libre? Todo lo que puede ser acumulado como pasado le resulta evidente manifestación contrapuesta. Por consiguiente, la memoria puede establecer cierta pauta natural en el orden moral –puede establecer socialmente lo que está bien y lo que está mal-- y puede además ejercer cierta conveniencia a su favor siempre que la lógica se lo permita. Pero cuando el hombre ve y atestigua que puede saltar por encima de la memoria, es decir, desplazarse fuera de su pauta, del condicionamiento moral, entonces se produce un salto existencial y voluntario: la sensación de que la libertad es inequívoca.
Esa sensación de libertad será un provecho, casi nunca realizado, subjetivo por extensión. Dado que existe una ganancia en este sentido, y es debido a que el hombre llega a sentirse atropellado por la pauta de la memoria, le nace la necesidad de irse por encima de los patrones morales de la sociedad. De modo que un momento crucial en la historia del hombre es cuando el ego da la racionalización exacta de la voluntad de poder, la duda y el salto. El hombre quiere ser un individuo –libre-- por naturaleza y es el momento también cuando comienza a padecer el estrechamiento de la libertad, cuando empieza a vivir como un fantasma dentro de la sociedad.
Un ejemplo. La presentación en Nueva York del filme Memorias del desarrollo, del realizador Miguel Coyula, toma como base de argumentación los desajustes emocionales de Sergio a la manera enajenante que sufre en el medio neoyorquino el personaje de la novela de Edmundo Desnoes. Dado que resulta significativo descubrir la complicidad resultante de la memoria, como una carga nefasta para el ser. Así como un animal de carga necesita un descanso para continuar, el ser necesita una tregua para proseguir. Desde luego, el cansancio en la vejez parece que se debe más a la excesiva continuidad de la carga que la memoria acumula sobre el ser, que al agotamiento físico, del cuerpo. Es decir, el hombre se va poniendo viejo --no me refiero a la vejez física sino psicológica--, impertinente, melancólico, aburrido, inadaptable, debido a esta continuidad que ejerce la memoria a lo largo de su vida. Puesto que la memoria carga fundamentalmente con el pasado, y este pasado no es más que pensamiento metarrelatizado en su interior, el hombre lleva a lo largo de su vida un cementerio de recuerdos sobre sus hombros. Irónicamente, de este cementerio depende y a partir de él --por suerte-- se constituye el ego, la voluntad y el deseo de libertad.
Por eso suscribo que una obra literaria, al igual que un filme, es como un bello cementerio de ideas. De modo que toda obra literaria ha sido esto: un monólogo de ideas yertas en el interior humano, ejercido por la carga de la memoria. Este es un principio que la psicología transpersonal ha venido abordando acertadamente. La memoria deviene siempre fatiga existencial del ser. Pero desagraciadamente, paradójicamente, todos los seres humanos se han apoyado en la memoria para poder existir, en cualquier circunstancia de vida. Frank Kafka fue quizás el primero de los narradores del siglo XX en advertir esta situación nefasta de la memoria. En La Metamorfosis expresa el absurdo usando una ficción práctica: vivir como un animal, como un bicho --y los animales y los bichos no tienen memoria--, es más digno que seguir arrastrándonos bajo la carga de la memoria.
Aún más ambigua es la “memoria del superdesarrollo”. Con el subdesarrollo el hombre tomó conciencia del tiempo, de su veracidad, y creó la memoria del pasado. Por su parte, con el “desarrollo” la conciencia sobre el tiempo se deslizó en rebeldía y creó la conciencia imaginativa, la memoria futura, una especie de conciencia subjetiva. Pero para una definición más exacta desde el punto de vista psicológico, la memoria del pasado fue reproduciendo el subdesarrollo de una mentalidad colectiva, y la memoria del futuro, de la imaginación y la investigación científica, el desarrollo de una mentalidad individualista. Desde un punto de vista concreto, geo-histórico, los países que hoy se catalogan de “desarrollados” son aquellos que han cultivado una mentalidad individualista, que han absorbido a través de la experiencia empírica el legado teórico de Nietzsche, la voluntad de poder.
Pero en estos dos aspectos del mundo, la memoria en sí es evolutiva y lineal; una es causa de la otra. La del subdesarrollo conlleva al autoengaño y crea el subconsciente –las pautas morales y éticas--, y la del desarrollo produce la inadaptación, fomenta la desesperación existencial y el sentido de futilidad de la vida. El movimiento de intelectuales existencialistas surge de la conciencia de memoria del desarrollo. Desde luego, esta causalidad de las memorias ha sido hasta ahora el eje central de la evolución de la historia de la cultura humana.
Esa realidad puede reaparecer. Si buscamos cuidadosamente en los textos martianos muchas de las referencias dan cuenta de que varias de las “situaciones creadas” fracasaron y desaparecieron en el transcurso del tiempo. Eso produjo, naturalmente, una profunda frustración, sobre todo cuando el creador ve desaparecer ante sus ojos ese sentido de la memoria. Ahora los existencialistas afirman que dicho fracaso es un bien necesario porque reafirma la voluntad de la búsqueda espiritual y el deseo de ser mejores seres humanos. Por ejemplo, volviendo sobre Edmundo Desnoes, quien construyó un personaje emblemático en una época vigorosa, el escurridizo Sergio de Memorias del subdesarrollo, se ve ahora finalmente, cuarenta años después, ante la desastrosa realidad de que este Sergio habrá de morir en cualquier instante. Duele verlo, pero esa es la realidad del subdesarrollo de la memoria. Inténtelo como lo intente, la memoria parece ser el flujo determinante del fracaso, la viabilidad en que se basa el mito de Sísifo. En Memorias del desarrollo, por su parte, novela que acaba de ser adaptada al cine, Desnoes confirma mejor que nadie la tentativa pedestre de que toda creación es al parecer pasajera, efímera en sí misma. Confirma mediante la subjetividad, la experiencia desgarradora de su exilio, un hecho intrínseco de la creación: el fracaso es el único modo de salvarse.
Una batalla campal entre el creador y lo creado, entre la memoria y la libertad, entre Krishna y Arjuna. Krishna intentando crear una situación para ayudar a Arjuna a liberarse y éste negándola. Desnoes intentando ayudar a la liberación de Sergio y éste negándose. Todo parece indicar que la libertad no forma parte de la creación, sino de la creatividad por extensión. El fracaso no es un fin en sí mismo como intentan expresar Don Quijote y Hamlet, sino un poderoso medio para saltar a la realidad definitiva: del fracaso a la libertad. No sé por qué en este sentido el hombre siempre vive negando lo que va creando. Por eso Dostoievski parece tener razón cuando advierte que la creación artística es un medio para el fracaso. Por tal motivo, hay algo que me dice que toda experiencia desgarradora en un creador artístico atestigua, sin ningún prejuicio, un dibujo mágico. Para quienes se atrevan a arriesgarse en la necesaria peligrosidad niezstcheneana de la vida, sin peligro no habrá libertad, o lo que es lo mismo, con memoria no habrá libertad. Habrá, desde luego, un estar constantemente alimentando lo creado, a sabiendas que algún día ese acumulamiento, esa carga, colmará de desagravio al ser humano. ¿Por qué sucede esto? Porque la memoria necesita de un esfuerzo constante por existir, es una seudocreación que da vida y existencia mágica al ego. Es lo que presume ser una novela como Cien años de soledad.
Ahora bien, cuando la creación nace por medio de un creador, las cosas cambian. Y esto obliga a satisfacer ciertas normas subyacentes de la creación libertaria, que no están disponibles para quienes no se arriesgan. Nadie quiere pasar por el martirio del fracaso, puesto que da mucho miedo. Más bien de seguro que será la desproporción de lo causal, manifestándose entre la imaginación y la creatividad, lo que se imponga. Por eso siento la insatisfacción que sugiere la separación entre la creación y la creatividad, lo que equivale para el primer punto la necesidad del fracaso.
El hombre –el ser masculino-- siente la necesidad de la creación porque no forma parte de su naturaleza intrínseca. El hombre no puede ser creativo a no ser que se cree a sí mismo como medio creador de libertad; a no ser que derrumbe también toda la literatura, la filosofía y la religión masculinas –cementerios de memorias agresivas-- y se cree a sí mismo como un “poeta en acto”, un hombre “libre de memorias”. De lo contrario, será el mayor fracaso posible. Vivir aferrado a la memoria es el mayor de los fracasos. Le pasó a Don Quijote, a Hamlet, a Don Juan, a Fausto, a José Cemí… Lo que hemos llamado “creadores” es más bien resultado de la falta de creatividad, la voluntad insertándose entre el esfuerzo y la naturalidad, entre la memoria y la libertad.
La memoria del superdesarrollo es una memoria sin memoria, un espacio con libertad. No es que la memoria deje de existir --esa no es la idea--, sino que la visión femenina la tenga como su mejor alumna. Algo así como lo que expresara Juan Ramón Jiménez en Tiempo: “Mi monólogo es la recurrencia permanente desechada por falta de tiempo y lugar durante todo el día, una conciencia vigilante y separadora al margen de la voluntad de elección”, como un viaje definitivo.
Y ahora el poema de Juan Ramón:
…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostálgico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostálgico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.