Era un dictamen de archivo, para siempre. De basura quemada en un pozo ciego. Tumbado en la cama de ¿cuidados intensivos?, Mayito no recordaba la caída desde un tercer piso y repetía sin saber: ¿qué yo hago aquí? Los padres contemplaban el cuadro de novela policíaca. ¿Mamá? Sollozaba sin clemencia y lo veía nacer como aquel día. A Mayito no le salían lágrimas, mientras sangraba por los oídos, tosía un viento de carne y hueso inútiles. El hermano menor lo miraba entre neblinas de llantos, sin cuentos antes de dormir, ni juguete arreglado, de ir y regresar solo de la escuela. Dime, hermanito, que nadie me entiende, ¿por qué están todos así?
Los compañeros de aula pegaban, algunos, la nariz y manos al cristal del féretro y otros daban vueltas como después de un mal examen. Era un viaje a otro firmamento. Pero Mayito no conoció el amor. Llegó y se fue en una cama hacia otra estación, eternamente.
Los compañeros de aula pegaban, algunos, la nariz y manos al cristal del féretro y otros daban vueltas como después de un mal examen. Era un viaje a otro firmamento. Pero Mayito no conoció el amor. Llegó y se fue en una cama hacia otra estación, eternamente.