google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Radiografía del terror en la Rusia soviética

miércoles, 12 de enero de 2011

Radiografía del terror en la Rusia soviética

por Juan F. Benemelis

La idea de eliminar una parte de la humanidad para asegurar la armonía final existía en los nazis y en los bolcheviques, pero es incluso más radical en la ideología comunista, que postula la desaparición pura y dura de las clases enemigas. En cifras conservadoras, el comunismo en la Rusia soviética implicó cinco millones de muertos a causa de la guerra civil y la hambruna de 1922, cuatro millones de víctimas de la represión y seis millones de muertos durante la hambruna organizada de 1932-1933. Y en la Segunda Guerra Mundial, veinticinco millones en la Unión Soviética.

El 4 de Setiembre de 1918, Félix Dzerzhinsky, jefe de la policía política bolchevique (Cheka) --el "sólido jacobino proletario" al decir de Lenin--, proclamaba en Izvestia “que la clase obrera aplaste, mediante un terror masivo, a la hidra de la contrarrevolución, que los enemigos de la clase obrera sepan que todo individuo detenido en posesión ilícita de un arma será ejecutado en el mismo terreno, que todo individuo que se atreva a realizar la menor propaganda contra el régimen soviético será inmediatamente detenido y encerrado en un campo de concentración". Una amenaza que León Trotsky ya había adelantado en diciembre de 1917, tan sólo dos meses después del estallido revolucionario, cuando al crearse la Cheka dijo: "En menos de un mes, el terror va a adquirir formas muy violentas, a ejemplo de lo que sucedió durante la gran Revolución francesa. No será ya solamente la prisión, sino la guillotina, ese notable invento de la gran Revolución francesa, que tiene como ventaja reconocida la de recortar en el hombre una cabeza, lo que se dispondrá para nuestros enemigos".

El Gulag se componía del conjunto de campos cuyos nombres helaban la sangre del ciudadano soviético (Solovky, Svisrlag, Temnikovo, Oujpechlag, Dolikamsk y Berzniki, Karagandá, Dmitlag, Kolima). Un gigantesco conjunto de prisiones en su mayor parte por encima del círculo polar ártico, donde sólo se suspendía el trabajo cuando la temperatura descendía por debajo de los cincuenta grados. Sólo en 1937, en medio de las grandes "purgas", aumentó en 700,000 prisioneros. Para fines de los años treinta la población del Gulag pasaba de los 965,000, y a inicios de 1941 llegaba a 1,930, 000. Con lo que se estima, en función de la rotación y las muertes, una cifra acumulada de entrada en los campos y colonias de siete millones de personas entre 1934 y 1941.

Pero la principal desgracia se produjo en las fértiles tierras de Ucrania, vaciadas de emprendedores campesinos. En el mes de julio de 1937 se declaró necesaria la liquidación definitiva de los kulaks como clase, aunque ya sólo fueran ex kulaks. Su ejecución no estaba motivada individualmente sino de acuerdo con un sistema de cuotas (del orden de uno de cada cuatro); unas doscientas mil personas fueron así pasadas por las armas. Centenares de miles de campesinos ejecutados o dejados morir de inanición en el llamado proceso de "deskulakización", que como lo caracterizaba Nikolái Bujarin, también ajusticiado en 1937, suponía "la explotación militar feudal" del campesinado.

Para facilitarse la tarea, los verdugos dicen siempre: no son seres humanos, pertenecen a una especie inferior y por esta razón no merecen vivir. Un personaje de Todo pasa que ha participado en la "deskulakización", Anna Sergueievna, recuerda: "¡Cómo sufrió esa gente, cómo la trataron! Pero yo decía: no son seres humanos, son kulaks. [...] Para matarlos, era preciso declarar: "Los kulaks no son seres humanos". Al igual que los alemanes decían: "Los judíos no son seres humanos". Es lo que dijeron Lenin y Stalin: "Los kulaks no son seres humanos". Pero lo son, los unos y los otros; dejan, en cambio, de comportarse como humanos quienes matan en sí mismos cualquier humanidad para decidir el exterminio de los otros.

Se puso en marcha un mecanismo infernal: en ausencia de los antiguos propietarios, las cosechas cayeron brutalmente. Los campesinos restantes eran incapaces de entregar al Estado las cantidades de trigo exigidas; el poder envió activistas para arrancarles, por la fuerza, todas las reservas de alimento. A lo largo del invierno de 1932 los pueblos privados de todos los medios de subsistencia y exigidos por el poder central a entregar todas sus cosechas, se quedan sin habitantes. El robo de unos granos de trigo --delito grave contra la "propiedad socialista"-- es sancionado por ley especial con la deportación o la muerte. Miles de campesinos famélicos son ejecutados por brigadas móviles enviadas desde Moscú por el crimen de querer alimentarse. "Los campesinos hurgan en el suelo a la búsqueda de raíces, comen la corteza de los árboles y las suelas de los zapatos. Se dan casos de canibalismo: es el precio de todas las grandes hambrunas. Los campesinos ucranianos mueren de hambre al lado de silos custodiados por la tropa. En mayo de 1933 Ucrania deja de ser una entidad nacional".

Los campesinos se comieron primero sus escasas reservas, luego las semillas, más tarde las patatas y, por fin, el ganado. Cuando llegó el invierno, se abalanzaron sobre las bellotas. Una vez devoradas, consumieron los perros, los gatos, las ratas, las víboras, las hormigas y los gusanos. A principios de la siguiente primavera, el hambre se generalizó pero, antes de morir, se entregaron a actos de canibalismo. “La hambruna era total, actuó la muerte. Primero los niños y los ancianos, luego las personas de mediana edad. Al comienzo los enterraron, luego dejaron de hacerlo. Había cadáveres por todas partes, en las calles, en los patios. Quienes fueron los últimos en morir, permanecieron acostados en sus isbas. Se hizo el silencio. Toda la aldea murió”. (Tontpasse, p. 164).

A menudo nos hemos preguntado cómo es posible que, durante este período, fueran los comunistas más convencidos las víctimas de la represión. Más tarde, con el estalinismo ya consolidado, se introduce la segunda innovación, la de “purgar” a los militantes que habían llegado a sus convicciones por sí mismos, por individuos enteramente sometidos al poder central. Con ellos se hundió el objetivo de una sociedad ideal. Es decir, a los bolcheviques de la pri¬mera generación, los “apóstoles descalzos” que hicieron la revolución y que para introducir la utopía en la realidad no vacilaron en imponer el terror. En la “Noche de los Cuchillos Largos” encontró Stalin un símil para sus grandes purgas de 1937. Los comunistas alemanes que las SS encarcelaban en cam¬pos de concentración, fueron también los comunistas rusos encarcelados por el Kremlin en los Gulags. Alrededor de un millón de comunistas fueron ejecutados en "el Gran Terror" de los años 1936-38, entre ellos la mayor parte de la dirigencia (Bujarin) y el grueso de la oficialidad del ejército rojo, a la cabeza el "héroe" Tujachevsky, primer Mariscal de la URSS.

El mismo enigma vuelve a plantearse después de la guerra en la Europa del Este. Las víctimas de las purgas de la época (1949-1953) no fueron, en efecto, los moderados o los indecisos sino, precisamente, los más combativos entre los dirigentes: Traitcho Kostov en Bulgaria, Laszlo Rajk en Hungría, Rudolf Slansky en Checoslovaquia. (Todorov, Tzvetan. Memoria del mal, tentación del bien. Ediciones Península. Barcelona, 2002. P. 27).

De 1939 en adelante tuvo lugar las deportaciones masivas y muerte generalizada de polacos orientales, alemanes -1.400.000 en 1939- chechenos, tártaros, calmucos, ingushes, karachais y balkares. Poco más tarde en medio de la "gran guerra patria" se deporta a la gélida taigá de Siberia a los calmucos y los tártaros, operaciones destinadas a "limpiar" Crimea y el Cáucaso de nacionalidades juzgadas "dudosas"; asimismo a los chechenos y los balcánicos, a los búlgaros, armenios, turcos mesjetas, kurdos y jemchines, y a los griegos rusificados. Poco tiempo después, se comenzó a perseguir a otra minoría, la de los judíos.

El episodio de los oficiales polacos encarcelados desde la ocupación de parte de Polonia, en 1939, se inscribe en la misma lógica. El grupo tenía una identidad social —eran oficiales, enemigos del proletariado por tanto— y nacional al mismo tiempo: polacos, potenciales enemigos de los rusos. Una decisión del comité político, del 5 de marzo de 1940, decidió brutalmente su suerte: todos debían ser fusilados; 21.900 personas (de ellas 4.400 en el bosque de Katín) fueron ejecutadas con un tiro en la nuca, sin que se celebrara el menor proceso. Como si advirtiera, incluso en el contexto soviético, el carácter excepcional de esta decisión, Stalin exigió a todos los miembros del comité político que estamparan su firma al pie de la resolución: ninguno de ellos pudo ya decir que no estaba al corriente, todos fueron cómplices.

Finalizada la contienda, millones de soviéticos, entre soldados prisioneros y población deportada a Alemania como mano de obra esclava, regresaron a la madre patria. Decenas de miles fueron inmediatamente ejecutados como sospechosos y más de un 20 % de los restantes -800,000 seres humanos- fueron enviados al Gulag o a "batallones de reconstrucción" en el ejército. Por último, un antisemitismo rampante que la muerte de Stalin detiene, justo cuando se desataba la represión, ya principiada con la detención de los médicos judíos del Kremlin.

El terror bajo el comunismo no es la manifestación insensata de un poder sin control y sin límites ejercido por un hombre cruel; en nada es irracional, es un medio indispensable, empleado por el Estado para asegurarse de que la población siga sumisa, para destruir cualquier autonomía individual. Los comunistas, como los nazis, se prohibieron este camino: unos condenaron la “física judía” (Albert Einstein), los otros la “biología burguesa” (Mendel); en la Unión Soviética, discutir la biología de Trofym D. Lyssenko, la psicología de Ivan P. Pavlov o la lingüística de Nikolái Marr podía llevarte a un campo de concentración. Por lo tanto, esos países se condenaron al provincianismo científico.

La policía de Estado invirtió el principio expresado por el novelista León Tolstoi, según el cual en el mundo no hay culpables. “Nosotros, los chequistas, dice un personaje de la novela Vida y destino, del soviético Vassili Grossman, hemos puesto a punto una tesis superior: no hay en la tierra gente inocente”. Fuera de las cárceles o en el interior de las cárceles, la vida en el comunismo totalitario, es la misma. El individuo suprime el derecho a la acción, renuncia a su autonomía y obedece las leyes impersonales de la Historia, formuladas por los poderes públicos y por las directrices dictadas por los líderes. Así, el Estado tendrá como principio esencial ser un ente sin libertad.

El terror instaurado por Lenin y mantenido por Stalin cambió de naturaleza a partir de Nikita Jruschov, pues la ideología comunista había desaparecido como legitimidad del poder, y ni qué decir de la utopía. La grieta entre el discurso oficial y la realidad se trató de ocultar y así las ejecuciones en masa, las torturas, deportaciones y los gulags, fueron sustituidos por vejaciones administrativas y dificultades profesionales. Bajo Stalin se detenía y se mataba a los escritores; bajo Jruschov, dejaban los cuerpos libres y se limitaban a encerrar las obras del espíritu (Todorov, Barcelona, 2002). Los dirigentes apartados del poder, después de esa fecha, fueron jubilados, puestos en arresto domiciliario, pero no se les exigió que confesaran crímenes imaginarios.

En plena falsa apariencia se afirmaba que la ideología comunista dirigía el país; los administradores cumplían las metas falseando las cifras, mientras gozaban de privilegios. No había ya lugar para los idealistas: los electores fingían votar, los sindicatos imitaban a los verdaderos sindicatos, los escritores afirmaban expresar sus sentimientos, los obreros fingían trabajar. Era el mundo de la mentira generalizada que racionalizaba el ejercicio del poder. Así, el totalitarismo conformó lo opuesto a su utopía; lejos de promover la “socialización individual” entronizó la no vinculación entre los individuos. Esta realidad se patentizó luego del derrumbe del Muro de Berlín, cuando se evidenció que la generalidad de la población se regía por una supervivencia egoísta.

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