por José Luis SitoLos cubanos del norte, del sur, del este y del oeste, sin contar los del sureste, noroeste y los alejados del sur-sur y norte-norte, han interiorizado lo que el régimen castrista les ha inoculado lentamente y a dosis homeopáticas, pero con una eficiencia espectacular: el Partido, el socialismo, el castrismo, son inmortales.
La eternidad del régimen, proclamada a diario y metida en todas las cabezas, se ha definitivamente instalado en todos los cerebelos, que son el cerebro primitivo. Por eso hoy en día sólo se concibe que un cataclismo o un acontecimiento fantástico, como un meteorito, sea capaz de derribar esa inmortalidad. Como si hubieran aniquilado la voluntad de los hombres. Como si la fuerza de las acciones humanas, que puede desplazar montañas, hubiera sido desterrada al desierto de la fatalidad, de la resignación, de lo vano.
“No resistas, no te resistas, somos eternos como los dioses, como el Ser Supremo”. El cubano se mantiene impertérrito en la órbita de su mísera vida cotidiana, dando vueltas dentro de su cárcel, que es también una cárcel mental. El meteorito que tiene que caer sobre el régimen castrista no es el fantástico del espacio, sino el muy real del pueblo cubano.
Lo que temen, lo que les aterroriza a todos, castristas y anticastristas, es la fuerza de destrucción y la potencia de transformación de este meteorito orgánico y real. Han olvidado, con la lobotomía mental padecida, que los meteoritos construyen nuevos mundos solamente después de haberlo destruido todo. Los meteoritos, orgánicos o minerales, al contrario de lo que se piensa, son potencias de vida.
