por Luis de la Paz
No deja de sorprender la reacción de muchas personas ante el plan de salud que propone el presidente Barack Obama. El proyecto sin duda alguna tiene muchos defectos, pero es una muy buena iniciativa. No se puede olvidar que hoy en día sólo existen para la clase trabajadora y los estudiantes costosísimos seguros privados, que en muchas ocasiones son inaccesibles por las altas primas, los elevados copagos y las cada vez más crecientes restricciones por parte de las aseguradoras para aprobar los tratamientos indicados por los galenos y los medicamentos recetados. Estas realidades no se pueden desconocer. Tampoco que, según datos reflejados en la prensa, más de 40 millones de personas carecen de seguro médico en los Estados Unidos.
El debate no es nuevo. Ya durante la administración de Harry Truman, en los años cuarenta, hubo fuertes discusiones cuando se propuso establecer un plan de seguro de salud a nivel nacional. Los críticos de entonces se oponían, como los de ahora, a la llamada “medicina socializada”. No fue hasta 1965, bajo el gobierno de Lyndon Johnson, que se legalizaron los programas de asistencia a la salud, medicare y medicaid, deficientes en muchos renglones, pero que le proporcionan asistencia a muchos.
En las reuniones públicas para discutir el asunto, se ven muchos rostros de personas mayores, algunas ya retiradas y otras próximas a la edad de jubilación. Sin embargo, son las más airadas, las que se manifiestan más intranquilas, argumentando que si se “socializa” la asistencia médica se va a afectar la calidad de la misma, además de estar llevando al país hacia el socialismo y el comunismo. Pero todos los países de Europa y los miembros del G8, que se supone agrupa a las naciones más desarrolladas y prósperas del planeta, disponen de programas de asistencia médica subvencionada por sus gobiernos, y ninguno ha caído en el socialismo o comunismo destructor de las libertades y la vida privada. Por otra parte, los favorecidos en la actualidad por el programa de medicaid y medicare en los Estados Unidos están siendo pagados por el gobierno sin que ello haya afectado sus libertades. Lo que se está pidiendo con el plan de Obama es llevar esos mismos beneficios, o parecidos, al resto de los habitantes de Estados Unidos.
Otros argumentan que el plan de salud rompería el trato médico-paciente. Eso es una burla. Esa relación no existe hace mucho tiempo. La correspondencia vigente es médico-aseguradora y paciente-aseguradora. Tanto el profesional como el enfermo están a merced de los burócratas de las compañías de seguros, que no miran la salud como un servicio, sino como un negocio. Hay que dejar a un lado esa equivocada idea y concentrarse en la medicina como un servicio, no como una industria.
De cualquier manera, el propósito presidencial enfrenta circunstancias difíciles. Si hoy en día una compañía de seguro rechaza a un paciente por tener “condiciones preexistentes”, se niega a pagar tratamientos u objeta cubrir una medicina porque es muy costosa, nada pasa. Pero con el gobierno eso no ocurrirá, porque no es políticamente correcto. Esta situación pudiera conducir a excesos de tratamiento, como ocurre con los pacientes bajo el programa de medicaid y medicare, que, según se ha denunciado, son sometidos a pruebas innecesarias, pagadas por el programa, lo que lo ha estado desangrando. Basta una mirada a la prensa, a los reportes de individuos y compañías encausadas por robos y fraude a los dos programas sociales. Por otra parte, el presidente propone que su plan sea obligatorio y plantea mensualidades individuales y familiares que muchos no podrán afrontar.
Una manera de encarar la situación es estableciendo el programa federal, pero dejando abiertas las puertas a aquellos que deseen continuar con seguros privados. Los costos se podrán mitigar estableciendo un impuesto federal para todos los trabajadores, y otro en las comunidades locales. Esos fondos sólo podrán disponerse para el programa y no se podrían recortar presupuestos ya existentes para la salud. Algo más a considerar sería establecer pagos fijos por servicios médicos y tratamientos, con vista a evitar una espiral de precios.
Los que saben, deben sacar cuentas y hacer sus cálculos. Los ciudadanos deberían sentirse satisfechos de estos pasos. A veces basta una visita al médico, una conversación con un especialista, para sentirse mejor, para derribar preocupaciones y temores.
El debate continuará. Es lo que hace grande a los Estados Unidos. Pero como ocurrió en 1945 con Truman, que fue completado por Johnson, parece que Obama concluirá lo que de manera persistente se comenzó a plantear durante la administración de Clinton. El reto es duro. Los intereses contra los que hay que luchar son muy poderosos. Esperemos que los resultados sean sabios, por el bien de todos.