por Denis Fortún
A la hora que llegó el lunes, yo no estaba trabajando aún. Sin embargo, me cuenta A, quien es supervisor de grupo, que el hombre vino eufórico, muy distante de la imagen que vendía ante las cámaras de Miami, cuando se mostraba como un sujeto de pocas palabras y, además, muy mal hilvanadas. A aquellos que hablaba –todos manifestándole su solidaridad, lo mismo cubanos que de otras nacionalidades-, les aseguraba que el viaje a la Isla había sido un éxito rotundo, y que en su momento regresaría por más. Definitivamente, no iba a ser éste el último. Sin dudas, Cuba merecía otro concierto.
A la pregunta de A, de cómo veía él a la gente, a la ciudad, respondió que no entendía al exilio. Pensaba que el cacareado Periodo Especial era un mito. “Allí la gente vive feliz. Todo se mueve. Visten de manera modesta, pero se ven bien. No me encontré mendigo alguno, ni a personas pasando hambre, y mucho menos ese descontento en la población del que tanto se habla aquí. Todo lo contrario. Y mi música, para sorpresa mía, es bien radiada… la gente conoce mis canciones”.
Luego de finalizar los trámites de entrada, A, con el resto de los policías y oficiales de inmigración que acompañaban al músico, entró a un área donde uno no se tropieza con periodistas. De hecho, donde no te vas a encontrar con nadie hasta que finalmente sales a la calle, y de ahí a una limosina.
De la serie Crónicas del Aeropuerto