por Manrique Oscar Iriarte
La muerte de Juan Almeida Bosque debe de ponernos a reflexionar a todas las facciones del prolífico pensamiento político del exilio cubano, y de los hermanos en la Isla. Mi punto es el siguiente: ¿Qué ocurrirá cuando todos aquellos que participaron en la guerra fratricida que dio el poder al castrismo pasen a otra vida? O por lo menos, ¿qué pasará cuando mueran los principales cabecillas?
Creo que esa es la respuesta que cada cual debe tener prefabricada, porque me da la impresión de que, por ley de la vida, todos se irán juntos en un período relativamente corto. ¿Continuará una parte del exilio rechazando el diálogo como método de entendimiento entre cubanos? O por el contrario, desapareciendo los principales culpables, ¿se sumarán a aquellos que ven esa vía como forma de llevar la ansiada libertad a Cuba? ¿Seguirá reinando en la Isla el miedo de los moderados a expresar la necesidad del diálogo nacional conciliatorio y constructivo?
No sé, pero la realidad es que quedarán generaciones que ni apoyaron el cuartelazo traidor del 10 de marzo ni participaron en la guerra que dirigieron los Castro y que terminó sumiendo a Cuba en la más abyecta de las dictaduras. Quedarán las víctimas de un proceso histórico doloroso que ha dividido a la nación, ha provocado muerte y ha “sectarizado” imperdonablemente el concepto de cubanía. Quedarán los que próximamente irán a ver a Juanes a la plaza sin atribuirle a ese acto ningún otro matiz que el de diversión, quedará la generación Y y, más que todo, quedará la memoria histórica colectiva que nos gritará “Solavaya” cuando algo que huela a totalitarismo se proyecte en el futuro horizonte de Cuba.