por Ignacio T. Granados
Es viejo el chiste de que si los ingleses hubieran podido imponerse en Cuba nuestra historia sería distinta, y de chiste tiene poco, porque eso es más probable que un sermón apocalíptico. José (Pepe) Antonio, en su baluarte de Guanabacoa, puede haber sido nuestra maldición; y más allá de lo económico, como bien afirma el amargo chiste, en lo de las costumbres. Hoy por hoy la flema inglesa nos parece sosa, pero nos resulta inapreciable; esa capacidad de sobrevivir a la furia ajena con elegancia, de exponerse al humor, incluso si cruel, y sobrevivirlo.
La imaginación de una Cuba inglesa, entonces, como un karma, sería una posibilidad de purga; porque esto es lo que somos, no importa lo que pretendamos. Eso es tan grave, que hasta denostar de lo cubano es denostar de nosotros mismos; porque esa condición es inevitable a los nacidos en Cuba, aun si logran la naturalización extranjera, y no importa si en la misma Inglaterra.
Será contradictorio, pero lo mejor de esta Cuba Inglesa reside precisamente en el problema; esa posibilidad del anonimato, que nos permite ventilar las peores bajezas sin sonrojo. Es tan simple que hasta figura en manuales de autoayuda: más vale vivir el sentimiento que negarlo; porque si se le niega, se refugia hasta que pueda reaparecer, y probablemente hasta más vigoroso. Por eso este blog, es cierto, tiene el valor de ser más catarsis que debate; pero sin dejarse llevar por la racionalidad aparente del director de la revista Temas, porque si no se agota la catarsis no llega nunca el debate serio. Y es que el sentimiento, por noble o innoble que sea, se impone a la razón, que es más bien artificial si no queremos caer en buenismos.
No hay nada que garantice que tengamos el país o la cultura que queremos, pero esta es la posibilidad que tenemos de superar lo que no queremos. Y eso es lo que ha hecho grande a este blog, donde todo el mundo ha cogido puñetazos, difamaciones y elogios, todo por igual, y también los ha propinado.