google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: El Premio Nobel de la Guerra (II y final)

viernes, 16 de octubre de 2009

El Premio Nobel de la Guerra (II y final)

por Joaquín Gálvez

Dada la coyuntura en que el Premio Nobel de la Paz ha sido concedido a Obama, cabe preguntarse: ¿Qué mensaje se le quiere enviar al presidente ahora que puede verse obligado a renunciar a su buena voluntad diplomática ante la carencia total de la misma por parte de los terroristas y belicistas de este mundo? ¿Es que acaso con este premio se le pretende amarrar las manos, como una especie de vacuna que lo inmuniza de los efectos de todo ataque terrorista y belicista, pues semánticamente el premio lo define así?

¿Qué sucederá entonces? ¿Permitirá Obama que Irán siga dándole rienda suelta a su carrera nuclear, la cual tiene entre sus objetivos desaparecer al Estado de Israel? ¿Permitirá Obama que el enfermo de Kim Jong-Il dé la orden de invasión a Corea del Sur? ¿Vacilará Obama y no mandará el personal militar requerido para que los terroristas de Al- Qaeda no hagan de Afganistán su cuartel de operaciones? Opino que, aunque Obama es un hombre de paz y buena voluntad, primará el sentido común y el pragmatismo que necesita todo estadista para que la barbarie no se apodere del mundo, por lo que, una vez se agote la vía diplomática, tendrá que jugar, lamentablemente, la última carta para resolver los conflictos: la acción militar de la Realpolitik. No se pueden sustentar principios pacifistas, ni mantener la coexistencia pacífica, permitiendo la impunidad de los guerreristas.

¿Cuál será entonces la respuesta de los que le otorgaron el Permio Nobel de la Paz, incluyendo a los pacifistas a ultranza de la izquierda antinorteamericana, cuando Obama no tenga otra alternativa que la acción militar para conseguir la paz? Recomiendo tres opciones. La primera, despojarlo del Nobel por no cumplir con sus promesas pacifistas a través de la vía diplomática. La segunda, una vez lograda la paz por medio de la acción militar norteamericana, concederle un segundo premio. Y la tercera, cambiarle el nombre al premio por otro que sea más preciso semánticamente: Nobel de la Guerra.

Por consiguiente, habrá que otorgarle de inmediato el Premio Nobel de la Guerra a Bill Clinton por intervenir militarmente en Kosovo y frenar los actos genocidas de Milosevic. Habrá que otorgarle el Premio Nobel de la Guerra –en este caso post mortem- a Ronald Reagan, quien con su plan Guerra de las Galaxias sentó a Gorbachov, y demás miembros del politburó, en la mesa de negociaciones, logrando el fin de la Guerra Fría. También habrá que otorgarle el Nobel de la Guerra a Álvaro Uribe, que ha logrado desmantelar gran parte de las FARC en Colombia, trayendo algo de paz a un pueblo que ha vivido en ascuas en las últimas décadas como consecuencia de la violencia de la guerrilla y el narcotráfico.

Otorgarle el Premio Nobel de la Paz a estadistas cuyas decisiones determinan el destino de la humanidad, es un arma de doble filo. Si el puro pacifismo es el aval de marras para obtener este premio, hay que anulárselo al terrorista Yasser Arafat, a los presidentes intervencionistas Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson y, por supuesto, no cometer la estupidez de incluir a un testaferro de terroristas y promotor de violencia como Fidel Castro entre los candidatos al premio. De lo contrario, para los estadistas –sobre todo los de potencias mundiales- debe instituirse el Premio Nobel de la Guerra.

Después de todo, el inventor del Nobel fue también el inventor de la dinamita. La concepción del Premio Nobel de la Guerra a aquellos que han logrado la paz por medio de la acción militar ante la necedad y el fanatismo de los que hacen caso omiso a las normas que rigen la civilización, exoneraría definitivamente a Alfred Nobel de su mea culpa por inventar un artefacto bélico. Sin duda, la dinamita devendría en un noble símbolo para aspirar a la paz.

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