por Denis Fortún
Triana es un casi sexagenario español que trabaja conmigo. Casado con una cubana desde hace más de treinta años, el “gallego”, nacido en Badajoz, a pesar de no haber ido nunca a Cuba está aplatanado y dice querernos. Un amor que a veces le reprocho.
Hace unos días, Triana y yo estábamos frente a la escalera por donde bajan los pasajeros desde Inmigración, y vimos a Benicio del Toro avanzar con cara de muchos amigos. Por supuesto, los hubo que fueron a felicitarlo, y él, en extremo considerado, contestaba a todos de manera muy cortés. Triana y yo nos quedamos en el mismo sitio. Ninguno de los dos sintió esas incontrolables ganas de saludar al actor, y dejamos que se fuera. Sin embargo, el “gallego”, cuando Del Toro estaba casi en la puerta de Aduanas, salió corriendo tras él y noté como le dijo algo bajito, que puso serio al histrión. Inmediatamente regresó, y yo, desde luego, hube de preguntarle qué le había dicho al tipo que lo dejó tan circunspecto.
-Nada... Le comenté que, gracias a su último “personaje”, mi hijo no conoció a su abuelo materno.
De la serie Crónicas del Aeropuerto