por Ignacio T. Granados
Con esas extensiones de la red cibernética, hasta no hace mucho circuló un e-mail que se burlaba de los tópicos que debía superar la literatura cubana en su madurez. Uno de esos tópicos era el trauma de Lorenzo García Vega con su experiencia como bag-boy para la cadena de supermercados Publix. El chiste, al menos en principio, era cruel; pues no contaba con la humillación de un genio soberbio como el de García Vega en esa experiencia. Sin embargo, como el genio no se pierde, de esa opresión salió el escritor doblegando a la ciudad ofensiva con el toponímico de Playa Albina.
No por gusto García Vega es venerado por un grupo de jóvenes en Argentina, que dice revivir la patafísica de Jarrys y lo ha nombrado su propiciador en Miami. El genio tiene entonces la facultad de la venganza en su liberación, y humilla al sitio en que tan mal se está; tampoco es por gusto que se trate de un genio, problemático pero genio, que goza de varias condiciones superpuestas y felices. Una de ellas, la de ser el benjamín de Orígenes y quizás su disidente más notable después de Virgilio Piñera. Otra, la de ser el primer agraciado con el mítico Curso délfico, que resultó más ritualístico y convencional que evangelista.
La genialidad de Vega residiría en el carácter, irascible y hasta perverso, que se niega a toda esclavitud que no sea la que él imponga al entorno, y como dios dispone un paisaje (historia, según Marx) a la realidad procaz. Se realiza así en su excepcionalidad, arribando sin fatiga al culmen de todas las reglas; y es entonces, en su rebeldía, el mejor cumplimiento del maestro al que descabeza (¿Edipo?). Él es Cemí, y Lezama el Opiano que suena el triángulo —...podemos ya empezar—; Orígenes, como Inaca, ejecuta los ritos dispuestos por el taumaturgo. La Patafísica se cumple siempre, esa es su excepción, la cualidad que regula lo excepcional, al final de cuyo curso reluce la faz de Adam Cadmón, porque —según Lulio— ocurrió ya Titsum.