por Amir Valle
Ni siquiera en sus más sonados momentos como artista, Juanes tuvo tanta publicidad. Sin temor a exagerar, los cubanos, arrastrados como siempre por nuestras esperanzas y nuestros odios, le construimos al colombiano, durante meses, una plataforma mediática que no está al alcance ni siquiera de todo el dinero que se mueve alrededor de los premios Grammys, ni mucho menos de las compañías que preparan las giras de este músico. Lo más interesante es que logramos ese récord sin poner ni un centavo: sólo hicimos lo que hasta hoy hemos hecho en relación con la política de Cuba, es decir, gritar nuestros odios, enseñar nuestras heridas, hacer públicas nuestras esperanzas.
Pero las aguas toman su nivel, el concierto va diluyéndose cada día más en ese desconcierto de olvidos, silenciamientos y enmascaramientos que es hoy toda nuestra isla, y es hora de retomar, con mente fría, algunas circunstancias nacidas de la idea de hacer, precisamente en Cuba (y con todos los pro y los contras que ello implica), un concierto por la paz.
En lo personal, el concierto me deja una sola cosa clara, y es a esta circunstancia a la que quiero referirme: la callada complicidad de ciertos sectores de la izquierda.
Y es que asistimos a un nuevo remake de esa callada complicidad con la cual, desde hace ya unos cuantos años, muchos intelectuales y artistas enfocan lo que ellos llaman “el ejemplo cubano”. ¡Vaya cara de témpano!, diría mi abuela, por aquello de que la cara de algunos de esos intelectuales y artistas es fría y dura como un témpano de hielo. Porque no se puede pensar en otra imagen (aunque sí, tal vez, puedan referirse imágenes más hirientes y ofensivas) cuando asistimos a la negación de los bochornos vividos (que deberían ser lecciones aprendidas) con la única pretensión de mantener esa callada complicidad a la cual me refería.
Así, las imágenes que vimos todos en las cuales Juanes, Miguel Bosé, Olga Tañón y otros amenazaban con suspender el concierto, ante presiones y exigencias absurdas de las autoridades cubanas, jamás existieron, o fueron trucadas por el “exilio recalcitrante”; como tampoco existieron los exabruptos de Juanes cuando descubrió algo que es el día a día de la sociedad cubana: había un ojo que siempre lo estaba vigilando.
Pasan los días y vamos escuchando a un Bosé que niega a la prensa que existieran esas tensiones, a una Cucu Diamantes que gana más publicidad para su absurda nominación al Grammy haciendo campañitas contra la intolerancia en Estados Unidos sin que haya dicho ni una palabra a favor de las intolerancias que a cada hora viven los cubanos a los que ella graznó en la Plaza; a un Aute que confiesa que no supo nada de eso “porque a mí me invitaba Silvio y no estuve con los demás” (cosa que puede ser cierta, pues los cubanos bien sabemos que el diputado Silvio Rodríguez lleva años viviendo una vida y unas rutas que en nada coinciden con las de sus compatriotas de la isla), y sobre todo, vemos las caras de quienes reconocen que existieron esos “pequeños pero insignificantes choques”, asegurando que somos unos extremistas cegados por el odio (y, otra vez, pagados por el imperio) porque ponemos los ojos en las escasísimas manchas y no en las poderosas luces emanadas de ese concierto.
Conmemorando los 20 años de la caída del Muro