por Roberto Lozano
Después de leer algunos libros sobre avicultura, pero carente de experiencia práctica, Fidel Castro comienza sus experimentos avícolas en la azotea del edificio donde vivía en El Vedado con su primera esposa, con la intención de dedicarse al negocio de venta de pollos fritos, en 1950. Lamentablemente, el experimento termina en un rotundo fracaso tras la muerte de todas las crías. Aparentemente, la debacle se produce debido a que el inexperto empresario había olvidado vacunar a los polluelos contra el moquillo, una enfermedad mortal en los campos de Cuba. Este fue su primer y último negocio legítimo, del cual no salió ni un solo pollo frito, pero que sirvió para predisponerlo contra la iniciativa privada.
En Cuba, la carne de res era mucho más barata que el pollo, así que los precios del mercado clamaban por una expansión de la oferta en el sector. La gran interrogante era si los productores nacionales podían competir o no en costo de producción y economía de escala con las importaciones de los Estados Unidos. Si bien las importaciones incluían el costo del transporte marítimo, lo cual le daba una ventaja aparente al productor nacional, los productores estadounidenses tenían a su disposición la agricultura más productiva del mundo como fuente de insumos, de lo cual carecía Cuba. Sin una agricultura fuerte, sobre todo en la producción de maíz y otros granos, la Isla no podía convertirse en una potencia avícola.
Siempre dispuesto a “convertir el revés en victoria”, Fidel Castro retoma su interés por la avicultura cuando da instrucciones a su lugarteniente, Abel Santamaría, para la adquisición de la granja de Siboney, dedicada a la cría de pollos. La granja fue usada como centro de almacenamiento de armas, municiones y pertrechos con vistas a los preparativos del asalto al cuartel Moncada. Fidel Castro, el conspirador, mataba así dos pájaros de un tiro: preparaba lo que creía un coup de grace contra el ilegítimo régimen de Batista y de paso, por carambola, continuaba enfrascado en su aprendizaje de la industria avícola.
Pero sus grandes planes para la avicultura cubana realmente toman fuerza cuando ya no queda ninguna institución ni ser humano de por medio para frenarlo. En 1960, confisca todas las granjas privadas, con lo cual termina la producción y la comercialización privada del pollo. Quedan exentos los campesinos privados, los únicos autorizados a criar esas aves para su consumo. Esto ocurre en un momento en que también disminuía la producción de carne de res y de pescado, lo cual dispara la demanda del pollo como sustituto de ambos.
Para comienzos de 1961, las medidas coercitivas del régimen contra la iniciativa privada habían logrado un déficit en el consumo capitalino de alrededor de un millón de pollos al mes. El dictador promete entonces, en un discurso pronunciado el 28 de agosto, una producción de siete millones y medio de pollos mensuales para enero de 1962. Para lograrlo ordena la importación de más de un millón de crías del Canadá, genéticamente diseñadas para engordar más rápido que las gallinas rústicas cubanas y decide construir naves para albergar y alimentar a las crías. Asegura que ya existen planes en el país para la expansión de la producción de maíz.
El “experto” avicultor, que además había expulsado de Cuba a los pocos empresarios que conocían del negocio, continuaba tomando decisiones impulsivas. Pero ahora, amparado por el control total de la prensa y los medios de difusión, podía achacarle a otros, al embargo y al imperialismo, las consecuencias de sus errores.