por Ignacio T. Granados
El impás de la situación política cubana se enreda cada vez más, como el estatus mismo de Puerto Rico. A estas alturas, uno se pregunta si esa insolución no se debe al lenguaje y su dialéctica; porque en definitiva, el problema cubano es propio de la Guerra Fría, que hace rato se acabó. ¿Y si el patrocinio de los Estados Unidos a la disidencia externa fuera otro pacto secreto con la extinta Unión Soviética? Al fin y al cabo pactaron la no agresión a Cuba, y nada más eficaz para desvirtuar un movimiento que darle la posibilidad de corromperse en su humanidad; y también después de todo, desde Bahía de Cochinos nadie tiene claro el lugar de Cuba en los intereses del imperio.
Por respeto y desconocimiento, esto no se refiere a la disidencia interna. Pero la externa es otra cosa, con esas enormes partidas de dinero que no conducen a nada; y sobre todo esa presencia mediática, que tanto apela a la vanidad, como la del Capitán 5:30 y los institutos de esto y de lo otro.
Todo acá huele siempre a corrupción, y es difícil creer que los americanos sean tan ingenuos. Por eso bien podría ser como en el último bluf de Miami, el secreto de Juanita Castro, que sólo a la Collins se le pudo ocurrir que fuera sensacional. A estas alturas, a nadie asombraría ni que el mismísimo Fidel resultara agente de la CIA; por qué no ver entonces, y siquiera como posibilidad, ese movimiento sutil a la corrupción de los propósitos.
Nota del autor: Para la ilustración se usó como base la bandera de Cubaleah