por Armando de Armas
La perseverancia y, hay que decirlo, el valor de Micheletti, doblegó la resistencia de Estados Unidos, que luego de reaccionar duramente a la sustitución de Zelaya y suspender toda su ayuda --incluida la militar— al único país centroamericano que tiene una base estadounidense, optó por reconocer a trancas y barrancas las elecciones del 29 de noviembre, ganadas por Porfirio Lobo, quien apoyó la destitución de Zelaya.
Lo mismo sucedió con el presidente costarricense y Premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, quien, luego de servir como mediador en la crisis hondureña y proponer la restitución de Zelaya y su sombrero, dio vuelta a la página y reconoció finalmente los comicios hondureños.
Arias, el único mandatario extranjero que se ha reunido con Micheletti, también recibió a Lobo y --junto al presidente panameño Ricardo Martinelli— ha llamado a la comunidad internacional a reconocer al presidente electo hondureño.
Además de Estados Unidos, Costa Rica y Panamá, Perú también reconoció los comicios hondureños, mientras la mayor parte de la comunidad internacional se ha negado a dar crédito a dichas elecciones por haber sido desarrolladas, según dicen, bajo el gobierno de facto y con Zelaya refugiado en la embajada brasileña en Tegucigalpa.
En estos seis meses Honduras ha vivido bajo necesarios toques de queda debido a la acción desestabilizadora de las bandas izquierdistas, explosión de bombas y otras lindezas revolucionarias, bajo la parcialización de la mayoría de los medios de prensa internacionales a favor de la claque zelayista, es decir, chavista y castrista, y bajo falsas denuncias de violación de los derechos humanos.
Por otro lado, el corte de la ayuda del exterior ha agravado la situación de millares de familias de uno de los países más pobres del mundo, mientras que el pueblo y el empresariado confían en que una vez que asuma Lobo terminen al fin el aislamiento y las sanciones internacionales. Una comunidad internacional tan presta siempre a criticar las sanciones del embargo estadounidense a la tiranía cubana, esa que nunca ha permitido, ni permitirá, elecciones libres y supervisadas. Es decir, se sanciona a la Honduras de Roberto Micheletti por haber exigido y haber logrado unas elecciones democráticas, mientras se premia a la Cuba de Fidel y Raúl Castro (por si no fuera suficiente con uno ahora la Isla tiene dos tiranos) con el levantamiento de sanciones (el embargo es un chiste) por parte de la administración del presidente norteamericano Barack Obama.
La cara del sociata presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, por no hablar de la de su canciller, era un verdadero poema pidiendo, que digo pidiendo, exigiendo, el regreso de la democracia a Honduras. ¿Alguien imagina a ese hijo del Espíritu de la Época que es Zapatero exigiendo, que digo exigiendo, pidiendo, el regreso de la democracia a Cuba? Pero Micheletti es mucho Micheletti y supo, con mesura pero con firmeza, conducir al país hacia las elecciones de noviembre sin que ese violador de la Constitución que es Zelaya regresara al poder. A pesar de la inusitada alianza inicial de Estados Unidos, a la cabeza de la comunidad internacional, con sus enemigos de siempre, para ahogar la resistencia del pueblo hondureño a que lo condujeran como rebaño al matadero socialista. A pesar no ya de la injerencia castrista, chavista, evista y rafaelista, sino de la injerencia lulista en tanto presidente de Brasil, una potencia continental.
Lo de Brasil, lo de Lula, no tiene nombre: meter clandestinamente a Zelaya en Honduras para que reciba refugio en su embajada en Tegucigalpa. Yo tenía entendido que el refugio en una embajada se pedía para salir de un país donde la vida de uno corre peligro, no que uno venía del exterior, donde se supone se esté refugiado, a refugiarse en la boca del lobo, es decir, en una embajada dentro del país donde uno corre peligro.
Roberto Micheletti ha dado varias lecciones al mundo. Y digo Micheletti porque creo firmemente en el rol de las personalidades en el devenir de la Historia, pero por supuesto que el Congreso, las instituciones todas y la sociedad hondureña estuvieron a la altura de las circunstancias. Entre esas lecciones está que un país, no importa cuán pobre y pequeño sea, puede resistir, si se lo propone y se le guía y no se le invade, sobre todo si no se le invade, a contrapelo del Espíritu de la Época encarnado en la alegre comunidad internacional, encabezada por Estados Unidos, y en instituciones tan poderosas, pero tan desacreditadas, como la ONU y la OEA. Pero, más que nada, la lección de que lo único que no se puede perder en este mundo, de dios o del demonio, es la libertad. No importa a qué costo, no importa lo que haya que hacer. No importa esa santurronería establecida de que el fin no justifica los medios: la libertad justifica cualquier medio. A Zelaya había que sacarlo del poder: algunos hacen asquitos, que cómo se les ocurre a los incivilizados hondureños sacar al señor en pijama. Bueno, podían haberlo sacado también con los pies por delante, y estaría también absolutamente justificado.
Conviene recordar aquí a ese radical de la libertad que fuera Don Miguel de Cervantes y Saavedra, quien, en el capítulo 58 de su obra Don Quijote de la Mancha, dice en boca del loco sublime: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida...”. Y por supuesto que matar a quien pretende arrebatárnosla, digo yo, no Cervantes.
Repito: la libertad es lo único que no se puede perder, si ello ocurre después nadie te respeta, nadie te será seriamente solidario. Todo el mundo se adecuará, muchas veces con gusto, a los hechos consumados. La verdad es que también se adecuarán a los hechos de la libertad consumada, no importa cómo fue consumada. Es la ley.
El poeta Emilio Ichikawa ha señalado certeramente que desprenderse del totalitarismo tiene un límite, un tiempo pasado el cual ya no es posible hacerlo, y que éste, una vez consolidado, puede crear no inmunidad, sino hábito. Los cubanos sabemos algo de eso. Los hondureños supieron calibrar bien el tiempo y actuar en consecuencia. Los mismos que ahora son puntillosos críticos con el modo en que Zelaya y su sombrero fueron despojados del poder en Honduras, hubiesen aceptado más o menos tranquilamente al hombre de llegar éste a convertirse en lo que pretendía, en el dictador de Honduras, sin solidarizarse siquiera con sus víctimas, o haciéndolo levemente para salvar la honrilla. Los cubanos también sabemos algo de eso.
Por todo ello, por haber sabido sostener el liderazgo sobre la acción y los factores de la acometida en el tiempo justo, es que considero, declaro, al honorable Roberto Micheletti como el hombre, el héroe de este 2009 que aceleradamente se nos escurre entre las manos, entre la inercia. El abominable Espíritu de la Época ha sido herido. Esa herida se la adeudamos a ese hondureño, a ese hombre.