por Tony Otero
Al día siguiente de su victoria sobre la armada franco-española, en Trafalgar, los ingleses intentan remolcar al Santísima Trinidad con intenciones de salvarlo y llevarlo al Peñón de Gibraltar como una especie de trofeo. Pero el daño causado fue mucho, y el agua que se acumulaba en sus bodegas alcanzaba los quince pies de altura. Entonces se toma la decisión de abandonar al “Coloso del Mar” y se evacúa a toda la tripulación viva, empezando por los heridos, incluyendo a Cisneros y Uriarte, seguidos por los mismos ingleses.
Se dice que mientras estos hombres nobles, tanto españoles como franceses e ingleses, zarpaban hacia la costa española, se voltearon desde sus pequeñas embarcaciones de rescate y miraron con ojos llenos de lágrimas al Trinidad, que se hundía lentamente después de 36 años de servicio legendario. Se dice que mientras quedaba un pedazo de la proa a la vista, relampagueaba como si la naturaleza rindiera honor final al buque. Un honor que, como sabemos, fue completamente merecido.
Trafalgar marca el principio del fin para Napoleón y su Imperio. Por los próximos diez años, la marina inglesa mantiene un bloqueo de las bases navales francesas, esfuerzo dedicado a prevenir la reconstrucción de la marina napoleónica. Como resultado directo de Trafalgar, la marina inglesa mantiene la supremacía de los mares por los próximos cien años. De menor importancia histórica, pero también resultado directo de la derrota francesa, abría que mencionar el hecho de que, desde entonces, jamás se ha referido a un oficial galo el título de “Sir”, debido directamente al disgusto de Napoleón por aquella derrota.
Para España, Trafalgar tiene un significado diferente. Sus libros de historia cuentan los detalles del heroísmo español en términos casi poéticos. Así, existen incluso una plaza, una avenida y un barrio con el nombre de Trafalgar.
Cortesía Herencia Cultural Cubana