por Armando Añel
¿Quién no lo ha escuchado decir? Suena más o menos así: “Sé que no te sirve, pero lo importante no es el regalo, es la intención”.
Una variante esclarecedora de esta sentencia, aparentemente inocua, sirve al escritor y diplomático francés Alain Peyrefitte para exponer, en uno de sus libros más contundentes –El mal latino—, lo que considera carencias de una cultura que se refugia en el lenguaje, que hace del “cielo de las ideas” su segunda, y a veces única, patria: “No es el resultado lo que cuenta, sino la intención”.
“Nada en nuestra educación –reflexiona Peyrefitte en el citado libro— nos acostumbra a considerar la realidad como una piedra de toque, la realización como una prueba. Todo nos inclina, en cambio, a considerar la realidad como impura, la realización como algo accesorio. En caso de fracaso, son los hechos los que tienen la culpa.
“Esta intelligentsia de la intención, muy a sus anchas en el discurso, torpe y poco propensa a transformar el discurso en acción, es característica de los países latinos. Su actividad favorita consiste en plantear el problema. Lo plantea y lo deja. El anglosajón actúa generalmente a la inversa: no se toma la molestia de plantear un problema que no tiene intención de resolver”.
Así, a diferencia de la tradición anglosajona, más pragmática y concisa –en la que, por lo general, sólo si desembocan en hechos las palabras justifican su valor de uso–, en la cultura latinoamericana el culto al lenguaje es también el culto a la metáfora, a los malabarismos de la imaginación, desde los que con frecuencia se arriba a lo estrambótico o a lo irreal.
De ahí que en América Latina el discurso oficial relativice, o desvirtúe, con tanta facilidad sus causas y consecuencias. En este sentido, prácticamente hablando, puede decirse que las estructuras políticas latinoamericanas son prematuras (pre-maduras). Las estructuras, los políticos y, probablemente, la sociedad toda. Si se excusa la generalización.