por Roberto Lozano
A cualquiera se le puede ocurrir que un tigre es un mamífero cuadrúpedo con rayas negras, pero si la definición se queda ahí, entonces también podría pensarse que una cebra es un tigre. Por suerte, gracias a la observación empírica, sabemos que el tigre tiene colmillos. Y es que la biología, por utilizar un ejemplo de las ciencias, crea la categoría de tipo para facilitar el estudio del hábitat y comportamiento de animales con características similares en tanto especie, pero diferentes con respecto a otras características no comunes.
Algo parecido ocurre en las Ciencias Sociales con el asunto de las revoluciones. La revolución puede definirse de muchas formas: social, política, económica, industrial, tecnológica, ideológica y de corto, mediano o largo plazo, una especie de revolución a cuentagotas. Una revolución social se define como la realización de profundas transformaciones estructurales en un período relativamente corto. Esto permite diferenciar este tipo de evento o proceso histórico de otros que no pertenecen al mismo genotipo, como las rebeliones, la lucha de guerrillas, los movimientos sociales y los golpes de Estado, o que constituyen revoluciones menos abarcadoras, como la revolución política, una que transforma el gobierno y sus políticas sin alterar las estructuras sociales de clase y propiedad, o las revoluciones de largo plazo, como la Revolución Industrial. Las Ciencias Sociales clasifican los diferentes tipos de revolución para evitar las confusiones que se producen en el ambiente periodístico y literario al respecto, y para asegurar que se circunscriba la aplicación del concepto de revolución social sólo a aquellos eventos históricos que cumplan con las características fundamentales de dicha condición.
Con respecto a Cuba, el período insurreccional 1953-58 fue uno de creciente rebelión contra un régimen dictatorial, pero muy pocos conocían las verdaderas intenciones de Fidel Castro de crear las condiciones para una imponer una situación revolucionaria de cambio rápido y violento de estructuras. Por ejemplo, la plataforma del Movimiento 26 de Julio denotaba una intención democrática, centrada en la aspiración de restaurar la Constitución de 1941 y retornar al mecanismo de elecciones periódicas como método de alternancia en el poder.
En Cuba la revolución social comienza en 1959, con los primeros decretos del gobierno revolucionario. No importa si la revolución social es impuesta desde abajo mediante una rebelión campesina, como en China, o mediante decretos desde arriba por una minoría que se apodera del Estado, como ocurrió tanto en la revolución bolchevique en Rusia como en la revolución castrista en Cuba. Tampoco importa si la revolución social se hace para acabar con la monarquía como en Francia, o para imponer un sistema totalitario como en Rusia, China y Cuba. Lo esencial es que su naturaleza sea, como advierte José Ortega y Gasset, un ciclón furibundo dispuesto a barrer con todo. Eso explica por qué las revoluciones políticas de tipo fascista son menos furibundas que las revoluciones sociales de corte comunista, ya que las primeras no intentan reemplazar el sistema capitalista, su estructura de clases, ni abolir el mecanismo del mercado, ni barrer con la clase empresarial, tal como hacen las segundas. Es por eso que los historiadores y politólogos no incluyen a las primeras, y sí a las segundas, en la lista de revoluciones sociales. Hay que considerar también que los que han llegado a esas conclusiones son historiadores, sociólogos y politólogos que han dedicado gran parte de su vida profesional al estudio del fenómeno de la revolución, lo cual debería inducir cierto respeto.
Las revoluciones sociales se materializan en un periodo histórico que muy raras veces excede la década. En el caso cubano, el período 1959-68 parece contener todos los elementos esenciales incluidos en la definición. Son evidentes en este período las transformaciones estructurales de las relaciones de propiedad, la agitación de masas, la transformación de los mitos. Después, en el período 1969-74 se institucionaliza el totalitarismo con nuevas estructuras políticas y mediante una nueva Constitución. Con ello, se cierra el ciclo socialmente revolucionario. Si la “revolución” sobrevive en el uso cotidiano del lenguaje eso no significa que la revolución social exista en un ambiente que es su negación: la ausencia de cambios estructurales. Por supuesto, es conveniente para el régimen cubano que la población continúe adormecida bajo el efecto del “hipnotismo revolucionario”, pero el uso de la palabra revolución no demuestra la existencia del hecho histórico. Lo que queda en Cuba de la revolución social del periodo 1959-74 son las políticas que rigen la economía, la distribución del ingreso, las reglas del juego político (todo dentro del totalitarismo).
Los regímenes que se institucionalizan después de las revoluciones sociales de inspiración totalitaria pueden petrificarse en el pasado, como Cuba y Corea del Norte, desmoronarse súbitamente como en Rumania o evolucionar paulatinamente, como China y Vietnam, sin que cambie el régimen político. También pueden institucionalizar el cambio permanente, como ocurrió en Francia y los Estados Unidos después de sus revoluciones.
Por supuesto que las definiciones existen para debatirse, pero también para ser corroboradas empíricamente. Cualquiera podría asegurar que el tigre no existe, que es una invención, un mito, hasta que algún aguerrido agarre uno vivo o muerto y demuestre la falsedad de la hipótesis. Con el asunto de la revolución social ocurre algo parecido, la corroboración empírica existe precisamente para dilucidar si una sociedad se ajusta o no a los parámetros de la definición. Hasta ahora la mayoría de los estudios que se han hecho sobre el asunto coinciden en afirmar que en Cuba comenzó una revolución social en 1959; lamentablemente, muy pocos han puesto una fecha a su culminación.
Por mi parte, creo que no es posible sostener la permanencia de la revolución social después de 1974, cuando culmina la institucionalización del totalitarismo. Aquellos que dudan de la existencia de una revolución social en Cuba tendrían que falsificar lo que las mejores mentes de las Ciencias Sociales han dado como una certeza. Aun así, ni siquiera un tigre desdentado podría lucir como una cebra.