por Jorge Salcedo
Cae aguanieve, el día es gris y el único ruido notable son los chasquidos de las ruedas atravesando Concord Avenue. Voy a votar por Scott Brown para el senado de los Estados Unidos.
Exageraría si dijera que lo hago por simpatías o afinidades personales, aunque me enternece la historia del joven Brown compareciendo ante un juez de distrito por robarse de una tienda unos discos de rock —y la perfidia del Globe, el menguado Boston Globe, que encabeza el perfil del candidato republicano con semejante anécdota. Como ya dijo Martí, robarse un disco de Led Zeppelin no es robar.
Mentiría si dijera que voy a votar por Brown para conjurar el peligro del unipartidismo de facto en Massachusetts. Bay State se gobierna siguiendo sus intereses, y aunque la legislatura es demócrata, principalmente demócrata, la mayoría de los gobernadores electos han sido republicanos. Es a la hora de hacer la gran política de estado, la de los magnos intereses e ideales de la nación, cuando se habla de los Estados Unidos —ese país de las noticias en el que no vive nadie—, es ahí, digo, cuando Massachusetts vota disciplinada y uniformemente demócrata. Y mucho menos se imaginen que voy a hacerlo por Cuba, porque Cuba cuenta poco, o casi nada, en todo esto. El mío es un voto por el fin de la supermayoría demócrata en el Senado, que tiene la inclinación y la posibilidad de modificar radicalmente la estructura de un país que, en términos personales, es mi último refugio y esencialmente me place, y puede hacerlo ignorando a todos sus adversarios, sin consenso ni diálogo, y con muy poca transparencia.
En la noche veremos. Por lo pronto, ya voté.
Cortesía Salcedo Diario