por José Luis Sito
Sobre el trozo de cartón, al lado de una lata con escasas monedas, el pobre desdichado había escrito: “Tengo hambre. Para comer deme algo por favor”. Al pasar delante de él, el infeliz mendigo lo llamó con los ojos y le pidió una limosna. El hombre se paró y, mirando el letrero con tristeza y desaprobación, dijo al indigente: “No te voy a dar dinero, no te voy a cansar con ningún discurso moral y ni tan siquiera te voy a dar alguna consolación. Pero sí te voy a ofrecer algo antes de irme”.
Poco tiempo después de este encuentro fortuito y provechoso, la lata del mendigo, que antes se hallaba casi vacía, se había llenado de piezas y estaba a punto de rebosar. Ahora, sobre el trozo de cartón, estaba escrito: “Hoy es la primavera”.
Penetraba en la naturaleza un viento cálido y nuevo, se derramaban por los campos vuelos de pájaros, nacían cuerpos de árboles reverdecidos y la claridad de la mañana resplandecía más temprano sobre las gotas del rocío. Todos comprendieron entonces que para este hombre infortunado también nacía la primavera, pero una primavera negra.