por Juan F. Benemelis
La colonización del Sistema Solar podrá tardar entre dos y tres siglos. Es probable que se construya una base permanente en la cara oculta de Mercurio, para procesar sus minerales. En Venus, el proceso será inverso al de Marte; para alterar su medio ambiente se impone implantar masivamente variedades de algas, con las que se elimine de su atmósfera el efecto corrosivo, y rebajar su aplastante presión y temperatura. A principios del siglo XXII, varios millones de seres humanos estarán coexistiendo en innumerables estaciones orbitales terrestres, en establecimientos lunares y en colonias marcianas.
El Sistema Solar no presenta obstáculo o limitación para que lo repoblemos totalmente: todo lo contrario, es tal vez (sospechosamente) demasiado propicio. La organización planetaria y lunar del Sistema Solar, y la abundancia de recursos para la existencia de la vida en él, representan una cadena de coyunturas y coincidencias tan favorables a nosotros, de fenómenos tan compatibles con el humano, que despiertan suspicacia. El Sistema Solar parece una disposición, una especie de artificio construido para facilitar la rápida expansión de nuestra especie hacia todos sus rincones; dispone de abundancia de agua y de fertilizantes nutrientes para sostener nuestra conservación, progreso y procreación geométrica.
Mientras el Sol brille podremos vivir en completa autosuficiencia. Tanto Venus, la Tierra, la Luna, Marte como el Cinturón de Asteroides, circulan a una distancia idónea del Sol, como para que pueda crecer la biótica constituida por agua. En la nube cometaria transplutoniana, donde se hallan los bordes exteriores del Sistema Solar, hay suficiente agua acumulada para sostener una civilización de trillones de seres humanos. Una de las paradojas y coincidencias insólitas de nuestro planeta es que no existe un astro del Sistema Solar que disponga de una luna proporcionalmente tan grande como la nuestra, factor que provechosamente nos concede un segundo y muy cercano planeta, demasiado a mano, al estilo de una reserva de todo lo que un astro necesita para germinar y crecer con celeridad.
Si nuestra luna tiene el tamaño y la ubicación lógica para simplificarnos el primer paso hacia el exterior, Marte se emplaza en la órbita adecuada para alcanzarlo con nuestros recursos. En Marte las estaciones climáticas son precisas, manejables para nuestra tecnología; dispone de ciclos de horas y días para adaptarse a nuestro biorritmo; sus océanos subterráneos parecieran estar preservados a nuestra especie, y en espera de que los explotemos. Curiosamente, existe una atmósfera tipo terrestre almacenada en sus polos, también esperando por su descongelación.
Otro hecho sorprendente es que el movimiento axial marciano se comporta casi igual al terrestre y, por extraña coincidencia, su día contiene 24 horas. Marte es un planeta sospechosamente perfecto para la colonización humana; ofrece la impresión de una programación cuidadosa para facilitar su conversión en una segunda Tierra. Existe tan excelente sincronía y ubicación del círculo de planetas internos del Sistema Solar, que se presenta como si la Luna y Marte fueran pre-manufacturados evolutivamente, calculando los pasos de nuestra eventual salida de la Tierra y expansión hacia el resto del Sistema Solar.