google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Visita familiar

miércoles, 3 de marzo de 2010

Visita familiar

por Leonor de las Casas

Regreso a Miami. En el Aeropuerto José Martí de La Habana subo las escaleras de madera que me llevan al “cuarto de humo”, una habitación supuestamente preparada para fumadores, pero con el extractor roto. Detrás de una ventana me encuentro a un hombre muy blanco, casi albino, con lentes oscuros, arrodillado, mirando a lo lejos.

Loca por participar en la contaminación del lugar le pido una fosforera, pues en el chequeo de aduana me habían quitado la mía, y me percato de que no es americano, a pesar de la tremenda pinta de gringo que tiene el tipo.

Muy gentil, el hombre me ayuda a prender mi cigarrillo Hollywood y me brinda café. Muy bueno que estaba el cafecito, me supo al que yo hago en casa; claro, después de 21 días tomando café mezclado con chícharos aquello era la vida misma. Doy las gracias y me alejo ligeramente, pues todavía me siento triste; momentos antes me había despedido de mis niñas y siempre se llora un poco.

Minutos después, el gringo que no era gringo me pregunta si había tenido una buena estancia en la isla, y le digo que sí. Entonces comienza a contarme sus amargas experiencias. Había abandonado el país a los tres años de edad y ya tenía 38. Nunca más había regresado. Hace sólo unos meses se casó con una cubana recién llegada y gentilmente se brindó a visitar a los familiares de su esposa y llevarles alguna que otra pacotilla.

“Me pusieron a dormir en condiciones infrahumanas, la gente grita mucho, la juventud sólo se expresa diciendo malas palabras”, me dijo. “Estuve en la casa de los tíos de mi esposa, una casa grande en Luyanó, pero rodeada de gente que nunca entendí lo que hablaban; la cama era una tabla muy dura y no tenían sábanas para taparse. Entonces me hablaron de otro familiar que vivía en Guanabo y me fui corriendo, pensando que cerca del mar podría tener más tranquilidad y dejaría de escuchar a las personas decir tantas malas palabras.

“Llegué a Guanabo; era una casa grande y con muy buenas condiciones, porque tenían licencia para rentar turistas. La primera noche fue buena, pues la tía preparó unas masas de langosta que había comprado en la bolsa negra y que yo, por supuesto, había pagado, pero bueno, el precio nunca comparado con el de Miami.

“La segunda noche entro a mi habitación, pongo el aire acondicionado y a los pocos minutos se va la corriente eléctrica. Pero gracias a Dios vino enseguida; me quedo profundamente dormido pero siento a alguien hablando que decía: no importa, entra, le haces el amor que yo me encargo después de mi sobrina. Me siento rápidamente en la cama y al instante entra una mujer joven pero un poco maltratada, y llena de lentejuelas, que me dice que se llama Yeny, que es jinetera y que había sido contratada por la dueña de la casa. La tuve que sacar a empujones del cuarto después de explicarle millones de veces que yo tenía mi mujer en Miami y que no había venido a Cuba a acostarme con prostitutas. La mujer era muy joven pero tenía un mal aliento horrible. Para que se fuera de todos los alrededores de la casa le di cinco CUC y pude quitármela de arriba. La tía nunca salió de su cuarto a ver qué pasaba, pero yo me senté en la sala hasta que amaneció, porque no entendía nada.

“Al día siguiente la gran señora me dijo que eso no había sido nada malo, que la muchacha era su amiga, que sus servicios eran económicos y que ella era una tumba, que iba a ser un secreto entre los dos y jamás su sobrina en Miami iba a enterarse. Me encerré en mi cuarto y lloré mucho, nunca imaginé que las personas en mi Cuba tuvieran esa mentalidad y no respetaran el concepto de familia.

“Llamé urgente a Miami a mi esposa y le expliqué, porque le digo algo, señora: mi esposa es diferente; ella me dijo que no podía regresar porque tendría que pagar en el aeropuerto y ese dinero ella necesitaba que se lo diera a su abuelita. Entendí y me quedé sin decir palabra alguna. Ese mismo día la casa se llenó de toda la familia, me presentaron a un muchacho joven en un sillón de ruedas y me dijeron que era un primo que vivía en Santa Clara y que estaba muy necesitado de dinero porque en las condiciones en que se encontraba no podía trabajar. Pobre joven, pensé, le regalé 40 CUC y conversamos un poco sobre su delicada enfermedad, explicación que me dio y no entendí nada.

“Ese mismo día por la tarde vi que nadie se iba y yo estaba muy preocupado pensando en la hora de dormir. Suena el teléfono y era mi suegro de Miami, hablamos y me dijo que no le dijera nada a su familia, pero que la noche anterior en un raspadito se había sacado 3,000 dólares. Lo felicité y le dije que la estaba pasando muy bien. Cuelgo el teléfono y me salen todos, todos los familiares que habían invadido la casa desde temprano y me dicen que lo habían escuchado todo por una extensión que tenía el teléfono, que sabían que el viejo no quería que supieran para no tener que ayudarlos. Todos furiosos comenzaron a decir malas palabras y el joven del sillón de ruedas se levantó y salió caminando, y en la puerta de la casa gritó: ¡me voy pal carajo que a este yuma no se le puede sacar más na!

“Llevo dos días aquí en el aeropuerto, pues ese mismo día me largué de la casa de Guanabo y no regresé más a Luyanó. Estoy muy deprimido e impresionado. ¿Usted cree, señora, que mi esposa se pueda parecer en algún momento a ellos?”.

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