
Anda de blog en blog en la requisa, hurgando entre los folios, intentando rectificar a quienes considera advenedizos, cuando no, más groseramente, enemigos despreciables. Aspira a sentar cátedra. Agita sin sonrojo sus premiecitos oficiales. “Comprende” que está muy por encima de la chusma incipiente que amenaza enlodar los anales de la poesía cubana. Sueña con un tiempo en que los “elegidos” como él, santificados, reinarán sobre una Cuba vaciada en su molde canónigo. Una Cuba en la que la chusma incipiente que lo desconoce, que no quiere creérselo, que pasa de él como del parpadeo de un semáforo en la alta madrugada, tendrá que rendirle pleitesía.
Mientras, a la espera de ese tiempo “inevitable”, el escritor H continúa su labor persecutora. Escribiendo libros que nadie recuerda el día después. Elaborando críticas que nadie toma en cuenta nunca. Estructurando protestas con las que demostrarle a todo el mundo que quien no le haga el juego quedará fuera de juego por los siglos de los siglos. Al escritor H nadie lo entiende –sobre todo cuando escribe en letra de molde—, tal vez porque ni él mismo entiende que no engaña a nadie.