Son las mayores bazas que puede exhibir el fútbol italiano desde el principio de los tiempos: tesón, disciplina, concentración, fuerza, capacidad de despliegue. Porque desde la época de Roberto Baggio no aparece un jugador azurro capaz de desequilibrar la estrategia ancestral de los del técnico Marcello Lippi, esto es, un juego basado en la excelencia de sus defensas, que saben replegarse para desenroscar después rachas ofensivas fulminantes. La referencia, en ausencia de Totti, será “el abuelo” Fabio Cannavaro.
Este verano, Italia defenderá --nunca mejor dicho-- su condición de campeona del mundo (2006) con uno de los equipos más intrascendentes y rodados de su historia, pero siempre dispuesta a imponer su pegada.