por Armando Añel
Finalmente, luego de recurrir inútilmente a la fuerza, el castrismo parece haber encontrado la estrategia más eficaz para combatir el fenómeno de las Damas de Blanco, particularmente mediático, y en consecuencia potencialmente peligroso para el régimen, tras la muerte de Orlando Zapata Tamayo. Dicha estrategia consiste, para decirlo en clave popular, en “dar un dedo para que no le cojan la mano”.
Es relativamente simple, pero la poca cabeza de Raúl Castro ha tardado bastante tiempo en aclimatarse, y darle el visto bueno, a la fórmula. Sirviéndose de la Iglesia, y ofreciendo de referente comparativo la tradición de medio siglo de ignorar olímpicamente a la disidencia como interlocutora válida –en el imaginario y el discurso castristas los opositores han sido, tradicionalmente, no-personas—, el régimen ha llegado a la conclusión de que dando un dedo (trasladando a los presos políticos más enfermos hacia prisiones situadas en sus provincias de origen), aun en condiciones en que dar la mano completa es lo único justo, vende la imagen, de cara a la opinión pública internacional y a mujeres naturalmente desesperadas por reencontrarse con unos familiares --hijos, esposos, padres y hermanos— que se les mueren en las cárceles, de que no es tan malo el diablo como lo pintan. De que existe algún grado de flexibilidad en el gobierno cubano, y en el futuro, si las Damas de Blanco cumplen ciertos requisitos mínimos (desembarazarse de las Damas de Apoyo, por ejemplo), puede sobrevenir la liberación, parcial o total, del Grupo de los 75.
El objetivo gubernamental es doble: las Damas de Apoyo deben abandonar el ruedo y las de Blanco reducir la intensidad de sus manifestaciones. Las Damas de Apoyo, particularmente, representan un fenómeno que aterroriza al castrismo, y es el de la creciente solidaridad de la sociedad civil para con el movimiento de las Damas, solidaridad que puede eclosionar y volverse incontrolable para el régimen.
La estrategia, en cualquier caso, está siendo tan efectiva que, en carta abierta, 35 Damas de Blanco pidieron esta semana a las Damas de Apoyo que momentáneamente dejen de participar en sus marchas públicas como “muestra de flexibilidad y contribución al objetivo fundamental” de la liberación de los presos políticos. Y no se trata, por supuesto, de criticar la mencionada misiva, provocada por un objetivo legítimo y una situación humanitaria muy concreta. Se trata de registrar un hecho, el éxito paulatino de una estrategia dilatoria desde la que el castrismo, una vez más, aprieta la mano y ofrece el dedo del medio.