por Ignacio T. Granados
En una introducción a la figura de José Lezama Lima, el escritor Ángel Velázquez Callejas lo contrapone a la figura de Martí; lo que no es gratuito, si el mismo Lezama se encargó de fundar en Martí su teleología americana. Sólo que, para Callejas, lo que atrae a Lezama de Martí es su pasionario místico, el haberse culminado, supuestamente, como poeta en Acto, en una especie de triple mortal desde el verso.
La diferencia entre el poeta en verso —que puede entenderse entonces, en términos existenciales, como en Potencia— y el poeta en Acto, la extrae el crítico del mismo Martí. Éste dice temer no realizarse como Poeta en Acto, a la manera de Zaratustra, sublimándose en su propia accesis auto-consumidora. Tiene sentido, la patrística cristiana se funda en la muerte del Cristo como la kénosis que lo consume; de ahí el horror sublime en que se enaltece Dios, el pelícano que se rompe el pecho para alimentar a sus hijos, y toda la saga del Cristo.
No en balde el espíritu del modernismo americano usurpa la sublimación espiritual de lo religioso, como revolucionario, permeando la vida política y civil, y resultando en un engendro contra natura. La muerte de Martí se despoja así de todo su absurdo aparente, aunque luce menos noble en su caída; porque ese pasionario —tan común por demás a las poéticas modernistas— se basa en el ego poético y carece del humanismo que postula. Es un ideal espartano y crudo, que se puede rastrear en las sagas.
El ego poético, ego al fin, es egoísta, y en Martí fatalizó el destino americano nutriéndose de postulados antihumanistas, de la irracionalidad y el emocionalismo de los románticos. Sólo que los románticos, al menos los arcaicos, no se propusieron el Humanismo; más bien lo combatieron, enfrentándose al institucionalismo moderno que ya amenazaba. ¿Es esa la frustración lezamiana, lo que se cumple en el centenario?
De la serie Lezama y la generación del centenario