por Carlos Alberto Montaner
No son okupas, son cómplices y aliados del gobierno de Hugo Chávez. Colombia aportó las fotos, los videos y las coordenadas y lo demostró claramente en el seno de la OEA: Venezuela es la retaguardia de las narcoguerrillas de las FARC y del ELN. Los subversivos colombianos se esconden, curan, adiestran y organizan en Venezuela. En Venezuela planean secuestros y actos terroristas, se reúnen con camaradas “internacionalistas” y reciben vituallas, explosivos y armamento fresco. El número de efectivos militares que se barajó alcanza los 1,500 hombres. Están instalados en campamentos permanentes. Algunos tienen varios años de construidos. Un verdadero ejército. Demasiados para alegar que entraron clandestinamente.
Ante esta avalancha de evidencias, Hugo Chávez ofendió otra vez a Alvaro Uribe y rompió relaciones con Colombia. ¿Qué se hace con un vecino como Hugo Chávez? A mi juicio, lo que acaba de hacer Uribe: denunciarlo ante las instancias internacionales. Es verdad que la OEA no es un organismo serio, pero no es excluyente. Colombia debe tocar las puertas de la ONU (otro desastre), de la Unión Europea, de los tribunales internacionales, de los parlamentos regionales, como el andino, que no se sabe muy bien para qué sirve, o el latinoamericano, que funciona tan mal que ha acabado por representar fielmente el caos de las naciones que lo conforman.
A Juan Manuel Santos, el presidente electo de Colombia, le conviene lo que ha sucedido. Enterrar la cabeza en la arena e ignorar lo que ocurre en la frontera no es una opción seria. Nadie puede predecir con exactitud cómo van a evolucionar las relaciones entre los dos países y tal vez Colombia tenga que apelar al uso de la fuerza dentro del territorio vecino. Llegado ese punto, es muy conveniente que todas las cancillerías y la opinión pública entiendan las razones de Colombia. El país no puede permitirse que Venezuela se convierta en un santuario para los narcoguerrilleros. ¿De qué sirve acosarlos y derrotarlos en Colombia si pasan la frontera, se revitalizan y vuelven a la carga? Así no hay quien les gane.
¿Habrá guerra entre los dos países? Colombia no la quiere, pero Chávez la está provocando. Y la manera de tratar de evitarla es bastante obvia: poner una gran presión política y económica sobre Caracas. Lo mismo que se intenta con Irán y con Corea del Norte, otros dos países que se saltan a la torera las normas internacionales e intervienen como les da la gana en los asuntos de sus vecinos. ¿Por qué Chávez va a abandonar su complicidad con las narcoguerrillas si no le cobran un alto precio por esa conducta? La diplomacia de las sanciones y las denuncias es el único recurso disponible para evitar la guerra.
Lo ha dicho, con gran elocuencia, el embajador de Colombia ante la OEA: el mundo no puede mostrarse indiferente ante la complicidad del gobierno de Caracas con las FARC y el ELN. No es posible ignorar a un mandatario irresponsable que anda por medio planeta con una chequera repleta de petrodólares subsidiando el desorden, la subversión y la violencia. Una cosa son sus pintorescas manías de exhumar cadáveres, o de inventarlos, como hizo con el de Manuelita Sáenz, la amante de Bolívar, y otra mucho más grave es el de ayudar a bandas criminales dedicadas a crear nuevos cadáveres en nombre de una revolución que desde hace décadas se perdió en los vericuetos del delito común.
En todo caso, para lograr cierto éxito en sus gestiones, Colombia va a tener que olvidarse de la OEA y persuadir a Estados Unidos y a la Unión Europea de que no pueden continuar ignorando los desmanes de Hugo Chávez. La fuerza moral sirve de poco sin un palo que la acompañe. Esa tarea diplomática le va a tocar llevarla a cabo a Juan Manuel Santos. Para su fortuna, Alvaro Uribe se la dejó encaminada.
Cortesía Firmas Press