por El Investigador de Nuevo Songo
Estaba en el territorio de Anakantra y no la miraba, porque cómo mirar cara a cara a los mitos. Anakantra, criatura fabricada de misterios; la mujer universal; la hija desterrada de Eva; la descendiente directa de Evakantra, la primera mujer.
Estaba en el palacio de Anakantra, que era el mar. Y entendió por qué el Hecho era la Playa. El planeta Tierra es agua. El cuerpo humano está compuesto de un 80% de agua. Flotaba en el líquido amniótico de la Humanidad. Planeta Agua. "Somos pequeños planetas girando en torno a los enigmas", pensó. "Ese es el misterio de la imagen y semejanza".
No podía mirarla pero le habló. El creía en el poder de la Palabra. En el mágico poder de la palabra de Virgilio cuando canta a Baco, y en el del verbo de Cicerón cuando le habla a la República. Él no esperaba que si se hincaba con espinas le saliera de la herida una mata de rosas, pero creía en una cabeza poderosa, la de Goethe y la de Mozart.
- ¿Quién eres? ¿De dónde eres?
- Sólo te permití tres preguntas y ya has hecho dos.
Él se dio cuenta de su error al formular a Anakantra una pregunta compuesta. Pero todavía le quedaba una tercera oportunidad de preguntar. Se dispuso a escucharla. Y así habló Anakantra:
"¿De dónde soy? Considero la mayor tragedia personal nacer en Esparta. Ni Esparta es mi polis ni Laconia es mi capital. Por eso, jamás ganaría las guerras médicas.
"Jamás comería en los cenaderos de la plebe. Jamás arrojaría por cañadas a los débiles. Jamás sería ilota. Ni iría descalza, con una única túnica por vestidura. No creo en la guerra ni jamás volvería con el escudo ni sobre el escudo. Es más, no volvería a tierras resecas.
"Jamás engendraría hijos vigorosos. Entre la fuerza del músculo y la sensibilidad de los sentidos, me inclino por el arte. Por eso yo soy de Atenas, de la Atenas de Fidias, y de la del niño con una espina en el pie. Porque todos cabemos bajo el sol".
Tras una pausa retomó su discurso:
"¿Quién soy? Soy la Venus de Willendorf. Colócame en tu altar. Que alimente tu concepto de fertilidad. Que sea tu Cuerno de la Abundancia. Píntame de almagre, de ocre rojo. Venérame igual, con el precepto de la belleza paleolítica. A fin de cuentas una descendiente de Evakantra no tiene edad ni sujeción a los conceptos temporales. Toréame: el Minotauro eres tú, y el hilo de oro es tu escritura. Pelea, y si mueres lloraré por ti. Pero ganarás al final la lidia porque los seres como tú, de grana, nunca mueren".
- Dime ahora, Anakantra, y es mi tercera pregunta: ¿cuál es el secreto del Códice Thamacun?
Una columna de humo se formó de la nada. Ante el estupor del Periodista, frente a sus ojos, se corporizó el Eritrolo. Clamó: "¡No me rindo con facilidad! Estoy de vuelta. No saldrás con vida. Te mataré como a Inga, como a Fela, como a tantos…". Alzó su espada. El lecho del mar se pobló de anonifagios que aparecieron prestos a devorar el cuerpo del derrotado. El Periodista se dispuso a disputar la pelea final. Y era a muerte. Él lo sabía. Era el combate de su vida.
Estaba en el territorio de Anakantra y no la miraba, porque cómo mirar cara a cara a los mitos. Anakantra, criatura fabricada de misterios; la mujer universal; la hija desterrada de Eva; la descendiente directa de Evakantra, la primera mujer.
Estaba en el palacio de Anakantra, que era el mar. Y entendió por qué el Hecho era la Playa. El planeta Tierra es agua. El cuerpo humano está compuesto de un 80% de agua. Flotaba en el líquido amniótico de la Humanidad. Planeta Agua. "Somos pequeños planetas girando en torno a los enigmas", pensó. "Ese es el misterio de la imagen y semejanza".
No podía mirarla pero le habló. El creía en el poder de la Palabra. En el mágico poder de la palabra de Virgilio cuando canta a Baco, y en el del verbo de Cicerón cuando le habla a la República. Él no esperaba que si se hincaba con espinas le saliera de la herida una mata de rosas, pero creía en una cabeza poderosa, la de Goethe y la de Mozart.
- ¿Quién eres? ¿De dónde eres?
- Sólo te permití tres preguntas y ya has hecho dos.
Él se dio cuenta de su error al formular a Anakantra una pregunta compuesta. Pero todavía le quedaba una tercera oportunidad de preguntar. Se dispuso a escucharla. Y así habló Anakantra:
"¿De dónde soy? Considero la mayor tragedia personal nacer en Esparta. Ni Esparta es mi polis ni Laconia es mi capital. Por eso, jamás ganaría las guerras médicas.
"Jamás comería en los cenaderos de la plebe. Jamás arrojaría por cañadas a los débiles. Jamás sería ilota. Ni iría descalza, con una única túnica por vestidura. No creo en la guerra ni jamás volvería con el escudo ni sobre el escudo. Es más, no volvería a tierras resecas.
"Jamás engendraría hijos vigorosos. Entre la fuerza del músculo y la sensibilidad de los sentidos, me inclino por el arte. Por eso yo soy de Atenas, de la Atenas de Fidias, y de la del niño con una espina en el pie. Porque todos cabemos bajo el sol".
Tras una pausa retomó su discurso:
"¿Quién soy? Soy la Venus de Willendorf. Colócame en tu altar. Que alimente tu concepto de fertilidad. Que sea tu Cuerno de la Abundancia. Píntame de almagre, de ocre rojo. Venérame igual, con el precepto de la belleza paleolítica. A fin de cuentas una descendiente de Evakantra no tiene edad ni sujeción a los conceptos temporales. Toréame: el Minotauro eres tú, y el hilo de oro es tu escritura. Pelea, y si mueres lloraré por ti. Pero ganarás al final la lidia porque los seres como tú, de grana, nunca mueren".
- Dime ahora, Anakantra, y es mi tercera pregunta: ¿cuál es el secreto del Códice Thamacun?
Una columna de humo se formó de la nada. Ante el estupor del Periodista, frente a sus ojos, se corporizó el Eritrolo. Clamó: "¡No me rindo con facilidad! Estoy de vuelta. No saldrás con vida. Te mataré como a Inga, como a Fela, como a tantos…". Alzó su espada. El lecho del mar se pobló de anonifagios que aparecieron prestos a devorar el cuerpo del derrotado. El Periodista se dispuso a disputar la pelea final. Y era a muerte. Él lo sabía. Era el combate de su vida.