por Francisco Chaviano
El logro de la excarcelación de los prisioneros de la Primavera Negra es una victoria de todos los cubanos. Comenzó con el mártir de esta lucha por el cambio democrático Orlando Zapata Tamayo y fue elevada a la cumbre por el sacrificio de Guillermo (Coco) Fariñas y la perseverancia de las Damas de Blanco, con el respaldo de la sociedad civil.
Es justo sumarle también la gestión mediadora de la Iglesia Católica, y hasta la correspondencia inusitada de nuestros gobernantes, quienes aceptaron un diálogo intermedio y luego cedieron para beneficio del país.
Ante la enseñanza que nos dejó esta victoria de la sociedad civil, que obsequió al Arzobispado un protagónico excepcional, se exige el reto de redefinir nuestro discurso para adecuarlo a las nuevas circunstancias. Es hora de cambios, tanto de acción como de pensamiento. El daño que causa la división actual de la disidencia, impuesta desde sus cimientos por el gobierno para fraccionarnos, fomentada luego por los débiles y los viles, es un llamado a ponerle fin para quien se sienta patriota, y nos obliga a acercarnos de una vez si queremos volver a triunfar en las próximas batallas.
La convergencia de las diferentes corrientes de opinión es el único paso que puede salvarnos. No es momento para liberales, ni socialdemócratas, ni democristianos, sino el de la sociedad civil junta e independiente que Cuba necesita. Hoy es indispensable echar a un lado los rencores, los afanes de protagonismos, el compadreo, porque Cuba está primero que nuestros proyectos personales, pues estos fracasarían de no lograrse aquella.
Si nos juntáramos, el mundo nos respetaría y el régimen no nos podría relegar. Hoy, en caso de que el gobierno se decidiera a conversar con la oposición, no encontraría un legítimo interlocutor. Allá Jorge Mas Santos, Orlando Gutiérrez, Ángel de Fana o Silvia Iriondo, por citar algunos líderes destacados, no cuentan con el apoyo de otros grupos, y por tanto no están investidos para representar al exilio. Acá nos pasa lo mismo: Payá sólo representa a su grupo, lo mismo Palacios, Martha Beatriz o cualquier otro. Ni siquiera Gómez Manzano, que fue electo portavoz por numerosos partidos de ideologías diferentes y por doce provincias, sería un representante genuino, porque Agenda para la Transición Cubana no supera el 50% de la oposición, y para esto es menester contar con más del 75%.
En Cuba necesitamos un reencuentro. No se trata de una reunión de cientos de personas con igualitarismo irracional, como ocurrió en Concilio Cubano o la Asamblea para Promover la Sociedad Civil, sin desdeñar a los mismos, que tuvieron un rol importante en su momento. Necesitamos un instrumento que agrupe a todos sin exclusión, en calidad de iguales, pero con respeto del nivel alcanzado, y que sea funcional y operativo.
No puede ser un únanse a mi proyecto, sino un unámonos en el proyecto de todos. La única estructura que cumple con tales requisitos es la parlamentaria, sin lugar a dudas. Es necesario entonces crear el Parlamento de la Sociedad Civil Independiente. Para que tenga operatividad debe estructurarse mediante juntas autónomas de representantes en los niveles municipal, provincial y nacional. El mandato estaría en los plenarios correspondientes, cuyos acuerdos quedarían a ejecutar por una Secretaría Pro Tempore. Se debe agregar además una presidencia colegiada, integrada por los principales líderes del nivel, quienes discutirían las propuestas presentadas para someter al plenario. Pudiera también considerarse la elección de un presidente de sesión cuya función sería la de moderar. Ya existe una entidad muy parecida, Agenda para la Transición Cubana, por lo que creo se debe partir de la misma y hacerle cuantos cambios acordemos.
El exilio también necesita una base similar para adquirir la representatividad necesaria. Luego trabajaríamos en forma bicameral, se eliminaría todo tipo de desatino y el mundo entero nos reconocería. Lograrlo sería la victoria. Lo contrario, los intentos pro bloque de alineación personal fuera de estos principios, es arar en el mar.
El logro de la excarcelación de los prisioneros de la Primavera Negra es una victoria de todos los cubanos. Comenzó con el mártir de esta lucha por el cambio democrático Orlando Zapata Tamayo y fue elevada a la cumbre por el sacrificio de Guillermo (Coco) Fariñas y la perseverancia de las Damas de Blanco, con el respaldo de la sociedad civil.
Es justo sumarle también la gestión mediadora de la Iglesia Católica, y hasta la correspondencia inusitada de nuestros gobernantes, quienes aceptaron un diálogo intermedio y luego cedieron para beneficio del país.
Ante la enseñanza que nos dejó esta victoria de la sociedad civil, que obsequió al Arzobispado un protagónico excepcional, se exige el reto de redefinir nuestro discurso para adecuarlo a las nuevas circunstancias. Es hora de cambios, tanto de acción como de pensamiento. El daño que causa la división actual de la disidencia, impuesta desde sus cimientos por el gobierno para fraccionarnos, fomentada luego por los débiles y los viles, es un llamado a ponerle fin para quien se sienta patriota, y nos obliga a acercarnos de una vez si queremos volver a triunfar en las próximas batallas.
La convergencia de las diferentes corrientes de opinión es el único paso que puede salvarnos. No es momento para liberales, ni socialdemócratas, ni democristianos, sino el de la sociedad civil junta e independiente que Cuba necesita. Hoy es indispensable echar a un lado los rencores, los afanes de protagonismos, el compadreo, porque Cuba está primero que nuestros proyectos personales, pues estos fracasarían de no lograrse aquella.
Si nos juntáramos, el mundo nos respetaría y el régimen no nos podría relegar. Hoy, en caso de que el gobierno se decidiera a conversar con la oposición, no encontraría un legítimo interlocutor. Allá Jorge Mas Santos, Orlando Gutiérrez, Ángel de Fana o Silvia Iriondo, por citar algunos líderes destacados, no cuentan con el apoyo de otros grupos, y por tanto no están investidos para representar al exilio. Acá nos pasa lo mismo: Payá sólo representa a su grupo, lo mismo Palacios, Martha Beatriz o cualquier otro. Ni siquiera Gómez Manzano, que fue electo portavoz por numerosos partidos de ideologías diferentes y por doce provincias, sería un representante genuino, porque Agenda para la Transición Cubana no supera el 50% de la oposición, y para esto es menester contar con más del 75%.
En Cuba necesitamos un reencuentro. No se trata de una reunión de cientos de personas con igualitarismo irracional, como ocurrió en Concilio Cubano o la Asamblea para Promover la Sociedad Civil, sin desdeñar a los mismos, que tuvieron un rol importante en su momento. Necesitamos un instrumento que agrupe a todos sin exclusión, en calidad de iguales, pero con respeto del nivel alcanzado, y que sea funcional y operativo.
No puede ser un únanse a mi proyecto, sino un unámonos en el proyecto de todos. La única estructura que cumple con tales requisitos es la parlamentaria, sin lugar a dudas. Es necesario entonces crear el Parlamento de la Sociedad Civil Independiente. Para que tenga operatividad debe estructurarse mediante juntas autónomas de representantes en los niveles municipal, provincial y nacional. El mandato estaría en los plenarios correspondientes, cuyos acuerdos quedarían a ejecutar por una Secretaría Pro Tempore. Se debe agregar además una presidencia colegiada, integrada por los principales líderes del nivel, quienes discutirían las propuestas presentadas para someter al plenario. Pudiera también considerarse la elección de un presidente de sesión cuya función sería la de moderar. Ya existe una entidad muy parecida, Agenda para la Transición Cubana, por lo que creo se debe partir de la misma y hacerle cuantos cambios acordemos.
El exilio también necesita una base similar para adquirir la representatividad necesaria. Luego trabajaríamos en forma bicameral, se eliminaría todo tipo de desatino y el mundo entero nos reconocería. Lograrlo sería la victoria. Lo contrario, los intentos pro bloque de alineación personal fuera de estos principios, es arar en el mar.