Quería vivir en el cuento
la espuma de tu rabia
y salir desde tus ojos
erecto como un personaje feliz.
Pero en el cuento ya tú eras
la espuma de la felicidad que dejaba
tus ojos lanzarse desde la altura;
una caída de agua no se compara.
Iba a ser destinado por el cielo
de esas bocas donde también fuiste
un príncipe heredero
el aliento que escribe sobre un cristal
lo que una niña grabara por nombre
en el tronco de un árbol.
Cuando miro las cenizas de tu cuerpo
antes de lanzarte al vacío
nada recuerdo;
no sé vivir sin ese cuento
donde aún en la crueldad
te asomabas por la rabia
y tus ojos podían mirarse
en el fondo de los míos
como un cuerpo desnudo
que aparenta ser espejo;
tal vez sólo recuerde
los pasos sobre la roca
y una corona que ningún Rey
ya puede colocarte.
He vivido en la sombra de tus ojos
como una luz imperceptible
que puede sostenerse en la derrota;
vivir es esto y --me decías--
más nada puedo componer ahora
cuando pudiera enterrarte
debajo de mis huesos
o de ese jardín que por rabia
te quemara el borde de los ojos
cráter y fuego que avistaba tu belleza;
nada que no sea la sombra
de un antojo lanzado al viento
una palabra dicha sin un eco que responda.
En el cuento iba a ser feliz.
Tengo sólo las cenizas
sin saber lanzarlas al vacío
o vivir con este vacío
como un cuerpo hecho de cenizas.