Me despierto colgando de la noche.
No pude soñar bautizos: las aguas
del comienzo se ahogaron entre paredes
cercando mi cabeza, los hangares
la morada que me pertenece.
Gratuidades afilan el placer de las bestias.
No podré detenerme a mirar el mar.
Hijo del pobre, aquí están los tesoros.
Iremos por el borde del fuego, acariciados.
Padre borracho que estás en los cielos
háblame de siluetas y reencuentros.
De súbito embarcaciones, vislumbres.
Los miserables manteles que tuve.
Cerraduras y nombres abren los sueños:
hay palomas que se agarran al vacío.
Me hundo en la orilla, los días se arrastran.
Tendremos que esperar el desorden.
Un rostro marginal no puede mirarse
en las aguas que aparentan el diluvio.