Erótica, la novela, es —entre tantas cosas— una amplia percepción del sexo como potencialidad presente y futura y, al mismo tiempo, como potencialidad de ser un hecho antropológico desde la perspectiva del hedonismo. O sea, el placer aquí es una latencia del lenguaje que se halla en la historia de una imaginería sexual que nunca acaba por aparecer, y que sólo se propone como expectativa. Lo erótico, así, es la belleza intrigante de una narración turbadora por impredecible; semántica que evoca el suspense de una posibilidad en el hecho de que el título crea la ilusión del estereotipo carnal y voluptuoso que se ha inventado del cubano, como si fuera vehemencia de necesidad perviviendo en la genética de un ser intenso.
Pero incluso es mucho más: es fábula de la imaginación creadora cuando se devela como un islote imaginario que, a pesar de ser pequeño e invisible, en su aspecto de universo paralelo puede representar la fuerza de una nueva generación, al tiempo que nos cuenta una historia de las probabilidades futuras de Cuba, la Isla en su objetividad, en su corporeidad, pero también ahora/aún en su propia contradicción de Espejismo.
Pero incluso es mucho más: es fábula de la imaginación creadora cuando se devela como un islote imaginario que, a pesar de ser pequeño e invisible, en su aspecto de universo paralelo puede representar la fuerza de una nueva generación, al tiempo que nos cuenta una historia de las probabilidades futuras de Cuba, la Isla en su objetividad, en su corporeidad, pero también ahora/aún en su propia contradicción de Espejismo.
Erótica, como conformación dialéctica de sus distintas eras (Thamacun, El Reducto, La Playa, Playa Hedónica, Cumberland y la propia Erótica), es la dimensión no-física y contraria a la Isla que inventaron los Castro: bueno, la Cuba de 1959 hasta nuestros días; una zona, además, extremadamente cerrada y prohibitiva, crepuscular y resbaladiza, esquiva, que se rehace constantemente en el subconsciente de un ser que pretende ser muchos seres, o que ciertamente es muchos seres y aparenta no estar pero que es, por su naturaleza ya errante —a partir de esa fecha tan conocida al modo de un divisor—, como la del mismo judío (la diáspora de los exiliados cubanos regados por todo el mundo); o de una manera un tanto más en broma, como si un poco de la inspiración hubiera sido sacada de aquella serie radial, comics o muñequito de Tamakún el Vengador Errante, personaje ficticio de Armando Couto, un escritor de radio y novelas en Cuba.
Ciertamente Thamacun, Cumberland o Erótica, como breve cúmulo de voces a modo de satélite invisible, dimensional y paralelo, es “el concepto de dejar de ser planeta —de ser totalidad— para convertirse en energía. Para desnudarse en sí mismos”.
La metafísica de esta novela, entre otros aspectos, es el pulso de su lenguaje, con esa energía en que convierte —de manera vital— su humor corrosivo, sutil. La de una palabra transgresora no sólo a nivel político, sino además a nivel del tipo de fábula que nos da un discurso propio en apego a determinadas intertextualidades literarias. Quizás esta novela en su lenguaje, y en su sentido semiótico y fabular, nos recuerde sutilmente a 1984 y también a Rebelión en la granja, ambas de George Orwell.
Ciertamente Thamacun, Cumberland o Erótica, como breve cúmulo de voces a modo de satélite invisible, dimensional y paralelo, es “el concepto de dejar de ser planeta —de ser totalidad— para convertirse en energía. Para desnudarse en sí mismos”.
La metafísica de esta novela, entre otros aspectos, es el pulso de su lenguaje, con esa energía en que convierte —de manera vital— su humor corrosivo, sutil. La de una palabra transgresora no sólo a nivel político, sino además a nivel del tipo de fábula que nos da un discurso propio en apego a determinadas intertextualidades literarias. Quizás esta novela en su lenguaje, y en su sentido semiótico y fabular, nos recuerde sutilmente a 1984 y también a Rebelión en la granja, ambas de George Orwell.